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LA MONEDA (IV)

RevarteColectiva · January 9, 2023 ·

por Obed Arango Hisijara

Locust Walk, University of Pennsylvania

CAPÍTULO IV

La colocó en la punta de su dedo índice e hizo una mueca, y dijo a quienes le acompañaban, — muy fina y elegante moneda, fue un emperador de papel, nunca logró sentarse cómodo en su trono, esa fue la clave del triunfo, no le dimos tregua, sabiamos que los franceses tarde o temprano le retiraría el apoyo. Escúchenme bien, el poder asi se obtiene y así se preserva, no hay que dar tregua al enemigo–. Devolvió la moneda a su caja de rape. El cuarto estaba tal cual Carlota lo había dejado. Después del triunfo de Juárez, El Castillo de Chapultepec se preservó con los grandes lujos con el que fue decorado. Juárez fiel a la austeridad republicana que sostuvo, despachó en Palacio Nacional y vivió en su casona de la colonia San Rafael, su sucesor Sebastian Lerdo de Tejada siguió el ejemplo de Juárez, e incluso inauguró un observatorio en el Castillo, pero igual no tocó las piezas de gran lujo, ni los cuartos. Pero Don Porfirio, no creía en la austeridad: Audaz, ambicioso, disciplinado, duro de carácter, despiadado con el enemigo, profesaba un amor profundo por México, pero no por el México que se descubría frente a sus ojos, sino por el México de su imaginación, un México que cada vez se pareciera más a Europa, a la Francia de sus sueños, y menos a los Estados Unidos. Así, Don Porfirio acomodó de manera intencional a sus habitantes en castas, favorecería a ciertos grupos, haría paz con otros, preservó el poder de quienes era necesario tener a su lado y explotó a quienes de manera indefensa no podían clamar por su vida. Silenció a quien interfirieron en su camino. Así se crearon las clases sociales poscoloniales de México, la clase política, la clase científica, la clase universitaria, la clase empresarial y comercial, la clase religiosa, estas quedarían intactas, y se verían beneficiadas siempre y cuando besaran el anillo del dictador. La modernización de México no sería gratis, se requerían manos y pies que lo levantaran al mínimo costo, estas serían las clases obreras y campesinas, México bajo Diaz vivió un sistema de esclavitud moderna. Quienes nacían en cuna pobre, morirían en la misma condición, y quienes tenían la fortuna de nacer en una de las clases empoderadas se moverían y navegarían entre ellas, el mismo sistema les protegería, pero la inmensa mayoría de México era pobre, y lo sigue siendo. Don Porfirio resumía un siglo de luchas en un modelo dictatorial en el que se conjuntaba la corrupción, el poder, y la modernización de un país. Cómo si Don Porfirio fuera conocedor de Hegel, sintetizaba los opuestos y la historia en si mismo, y sin saber, Don Porfirio marcó el camino y puso el ejemplo, él creo el modelo para toda la sarta de dictadores que albergaría la América Latina del siglo 20.

Recuerdo que le dije a Ana cuando reflexionamos juntos en el tema — Niña, en Porfirio Diaz está la clave. Para entender a la junta militar que tomo tu patria, para entender a la línea de dictadores que se han impuesto–. 

Don Porfirio decidió atesorar la moneda, – esa misma moneda que veo en mi mesa de dibujo–, él la valoró como una de sus pertenencias más preciadas, quizá como un recordatorio de lo efímero que puede ser un mandato cuando lo que se desea es marcar el rostro en una moneda. Pero lo de él no eran moneditas, sino dejar grandes construcciones faraónicas de las cuales hablarían siglos después. 

Luz de oro

— Todos estamos llenos de contradicciones Ernesto–. Me comentaba Ana mientras caminábamos al final de nuestra clase de “Historia de literatura latinoamericana”. — Así es, la pregunta es cuales son las nuestras y que tan terribles son. La pregunta es si habrá manera de sintetizarlas, reconciliarlas y hacer paz con ellas. La pregunta es el costo de las mismas–. Caminaremos en silencio por unos minutos por el paseo Locust que con sus robles en otoño crean una belleza multicolor, rojizos, magentas, verdes, y oro se posan sobre nuestras cabezas, mientras cruzamos el campus de la Universidad de Pennsylvania ignorábamos a todos quienes nos esbozaban una sonrisa que nos miraban como si fueramos brisa en el viento. Absortos uno en el otro, y tomados de la mano mostramos al mundo nuestra intimidad, nuestras palmas unidas era sanidad para nuestros corazones, para nuestra historia, sentirla a ella me hacía sentir vivo. Penn, como le llamamos de cariño, es un campus histórico de la primera universidad Ivy League del país que se ubica en el centro oeste de Filadelfia y en el que nuestras huellas e historia dejaban marcas leves imperceptibles en el adoquín histórico, recorríamos el campus siempre con alegría, nos daba paz estar juntos ahí, Penn se convirtió en un descanso para nuestros espíritus atormentados. Algunas veces entre los pequeños jardines que embellecen los laberintos del campus, buscábamos una banca, nos esconderíamos de todos, y buscaríamos la oportunidad para besarnos como si estuvieramos en uno de los parques de su natal Argentina o en la alameda central de la Ciudad de México, los labios de Ana eran suaves, los sentía en mi, su aliento me llenaba de vida, reíamos y platicabamos en la intimidad.  Ella pausaba y nos veríamos a los ojos y después continuaremos en un beso largo e inacabable como si fueramos un par de adolescentes que recién salían de la secundaria. Ambos adorabamos este campus universitario y lo sentíamos nuestra casa y nuestro refugio, nos estimulaba caminar frente a esos castillos educativos de piedra verde como: “The Houston Hall”, o el Castillo Rojo: “The Fisher Library”. Pero aun así ambos extrañábamos la libertad de nuestros jardines. Ana sabía a lo que me refería cuando después de unos momentos de anidarnos en un beso y un abrazo, sentados, rodeados de libros, y con mi cámara fotográfica al hombro, le decía, — qué fuera este el campus de Ciudad Universitaria y sus benditas islas donde se practica el deporte nacional–. Ana soltaría la carcajada, y diría — se a lo que te refieres… a echar novio–. Y continuamos besándonos ante la mirada de desaprobación de otros estudiantes que caminaban y descubrían nuestro rincón, no faltaba quien nos dijera: “Get a room”, — ¡Ah, benditas islas–.  Respondería yo en español.  Ana me picaba las costillas de manera picara y decía: – no te metas en problemas– reiríamos juntos y continuaríamos nuestro jugueteo eterno. Así es, a Ana la amo con ese amor eterno que solo se le puede profesar a una persona en esta vida, y ella era esa persona.

Obed Arango Hisijara

Obed es mexicano, ciudadano de la América Latina, artista visual y antropólogo. Director de CCATE y profesor de University of Pennsylvania.

    Huracán Corazón Del Cielo

    RevarteColectiva · January 9, 2023 ·

    por Leticia Roa Nixon

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    Leticia Roa Nixon
    Leticia Roa Nixon

    Para mis padres.

    En la selva maya vivía Chipí, El Más Pequeño de los Rayos. Cada vez que había una tormenta, sus hermanos Lik y Muuk lanzaban luces brillantes que salían de sus dedos alargados.

    –Por favor déjenme lanzar uno de mis rayos—suplicaba Chipí.

    —-Aún eres muy joven—le respondían  mientras  se escuchaba el estampido de los truenos cuando las nubes descargaban la lluvia sobre la selva.

    Triste y lloroso, Chipí se refugió en lo alto de las copas de los árboles tropicales.  Yaakunah, el Dios de la lluvia y de los vientos, se apiadó del Más Pequeño de los Rayos.

    –Hijo mío, ve en busca de los Ah na Itzas, los Señores de los Cuatro Vientos. Toma este haz de rayos de oro y díles que yo te he enviado.

    Chipí secó sus lágrimas, agradeció a Yaakunah por su regalo y subió  a lo alto de los cielos donde vivían  los Cuatro Ah na Itzas.

    Al llegar al Palacio de los Señores de los Cuatro Vientos anunció su visita a los venerados ancianos. Los Ah na Itzas reconocieron de inmediato el haz de rayos de oro del dios Yaakunah.

    –¿En qué podemos ayudarte, El Más Pequeño de los Rayos? preguntaron con mucho respeto.

    — Venerables Ah na Itzas, mi deseo es ser el viento más fuerte de la selva y lanzar los rayos más brillantes durante las tormentas, respondió Chipí.

    — Ya que vienes en nombre del Dios Yaakunah, concederemos tus deseos.

    Desde ahora te llamarás Huracán que quiere decir “Corazón del Cielo.” Acércate a nosotros y te diremos en tu oído como ser el viento más fuerte.

    Impaciente por poner en práctica las instrucciones de los Cuatro Ah na Itzas, Huracán probó de inmediato su nueva fuerza sobre el Mar Caribe formando un inmenso remolino. El viento aumentaba su velocidad a tal punto que pronto se sintió mareado. La humedad de las aguas del mar lo nutrieron de una fuerza incontenible.

    Girando, girando, girando como trompo  sin control, el primer huracán se dirigió a la selva maya. Con sus poderosos vientos, intensas lluvias y tremenda velocidad, espantó a todos los que le vieron.

    Huracán no podía ver ni escuchar nada hasta que poco a poco fue perdiendo su fuerza al adentrarse al Mar Caribe.

    Sus hermanos Lik y Muuk lo encontraron débil y mareado sobre la playa. Fue entonces cuando  oyó los gritos y llantos desesperados de los habitantes de la selva, los graznidos tristes de las aves sin palmeras ni árboles donde reposar, y el clamor de los animales heridos.

     Huracán sintió que su corazón se partía en mil pedazos al saber que era él quién había causado tanto daño a su paso.

    Presuroso fue a ver a los Cuatro Ah na Itzas al Palacio de los Cuatro Vientos.

    El dios Yaakunah ya les había contado a los Señores del Viento  lo que había sucedido en la selva maya.  Por lo tanto, los Cuatro Ah na Itzas  sabían que Huracán llegaría pronto al Salón de las Brisas del Palacio.

    Al verlo entrar y acercarse a ellos, los venerables Ancianos dijeron.

    –Corazón del Cielo, poderoso Huracán, no podemos hacer que vuelvas a ser Chipí, El Más Pequeño de los Rayos. Lo hecho, hecho está.

    –Oh no, venerables Ah na Itzas, prefiero dejar de existir para siempre—sollozaba inconsolable Corazón del Cielo.

    –Déjanos pensar y consultar entre nosotros. Tal vez podamos ayudarte.

    Los Cuatro Ah na Itzas se retiraron a un patio privado donde se sentaron formando una cruz que representaba los cuatro puntos cardinales.

    El tiempo le pareció eterno a Huracán que veía desde el Palacio a los habitantes de la selva reconstruyendo sus chozas y a las aves haciendo sus nidos en los árboles que aún estaban de pie.

    Por fin, los Cuatro  Ah na Itzas terminaron de consultar entre ellos y  entraron al Salón de la Brisas.

    –Corazón del Cielo, lo que podemos hacer es darte cuatro dones—anunciaron solemnemente los Ah na Itzas.

    Escucha con atención, pues estos serán de ahora en adelante tus cuatro dones.

    –El mío—dijo Ah Kabul—es que los truenos anunciarán a todos de tu llegada para que así los habitantes puedan  buscar refugio.

    –Por mi parte, alertaré a los animales de tu proximidad para que se vayan a las tierras altas donde estarán a salvo de tus poderosos vientos—dijo Ah Tupp.

    — Me aseguraré que tu fuerza disminuya siempre y cuando te mantengas sobre el mar—dijo Ah Hobnil.

    Ah Balam, el cuarto Bacab, tocó con su mano el ojo izquierdo de Huracán. 

    –Corazón del Cielo,  mi don es que con este ojo podrás ver tu camino desde el centro del remolino. 

    Desde entonces cuando el ojo del huracán pasa por encima de un lugar, cesa el viento y durante unos momentos puede  verse un pequeño círculo de cielo azul. Es el ojo de Huracán,  Corazón del Cielo.

    La palabra “huracán” tiene su origen con el nombre que los indios mayas y caribes daban al dios de las tormentas. En India se le llama ciclón, en las Filipinas se le conoce como “baguio”, en el oeste del Pacífico norte se le llama “tifón”, y en Australia “Willy-Willy”. “

    Un huracán es un viento muy fuerte que se origina en el mar, que gira en forma de remolino acarreando humedad en grandes cantidades. Al tocar tierra en lugares habitados, generalmente causa daños desastrosos. Así, el huracán constituye uno de los fenómenos atmosféricos más destructivos.


    HURACÁN, HEART OF THE SKY by Leticia Roa Nixon

    English translation by Cynthia Kreilick

    For my father.

    Chipí, Smallest of the Thunder Bolts, lived in the Mayan forest.  Each time a storm erupted, his brothers, Lik and Muuk, hurled brilliant lights from their long fingers.

    “Please let me throw one of my thunder bolts,” begged Chipí.

    “You are still very young,” they replied, and the beating of the thunder was heard as the clouds discharged the rain over the forest.

    Sad and tearful, Chipí hid himself in the canopy of the tropical forest.  Yaakunah, the God of the Rain and the Wind, took pity on Smallest of the Thunder Bolts.

    “My child, go in search of the Ah na Itzas, the Lords of the Four Winds.  Take this bundle of golden lightening bolts and tell them that I sent you.”

    Chipí dried his tears, thanked Yaakunah for his gift, and climbed to the top of the sky where the Four Ah na Itzas lived.

    When he arrived at the Palace of the Lords of the Four Winds, he announced his visit to the venerable elders.  The Ah na Itzas immediately recognized the bundle of golden lightening bolts from the god Yaakunah.

    “How can we help you, Smallest of the Lightening Bolts?” they asked with great respect.

    “Venerable Ah na Itzas,” replied Chipí, “my wish is to be the most powerful wind in the forest and to hurl the most brilliant lightening bolts during storms.”

    “Because you come in the name of the god Yaakunah, we will grant your wish,” they said.

    “From now on, you will be called Huracán, which means ‘Heart of the Sky.’  Come forward and we will whisper in your ear how to be the most powerful wind of all.”

    Impatient to put the instructions from the Four Ah na Itzas into practice, Huracán lost no time in trying out his new power by forming an immense whirlwind over the Caribbean Sea.  He increased its velocity to such a point that he very quickly felt dizzy.  The dampness of the sea waters fed the wind so that it became an uncontainable force.

    Whirling and whirling and whirling, like a spinning top out of control, the first hurricane crashed into the Mayan forest.  With its powerful winds, intense rain and tremendous speed, it frightened everyone who saw it.

    Huracán could not see or hear anything until, little by little, the storm began to diminish over the Caribbean Sea.

    His brothers, Lik and Muuk, found him lying weak and dizzy on the beach.  It was then that he heard the desperate screams and cries of the people of the forest, the sad caws of the birds with no trees in which to land, and the clamor of the wounded animals.

    Huracán felt that his heart would break into a million pieces when he realized that it was he who had wreaked a path of such havoc.  In great haste, he went to see the Four Ah na Itzas at the Palace of the Four Winds . The Ah na Itzas were Bacabobs, the four deities assigned to the four cardinal points.

    The god Yaakunah had already told the Lords of the Four Winds what had happened in the Mayan forest.  The Four Ah na Itzas knew that Huracán  would soon be arriving at the Room of the Palace Breezes. This room was used to air serious matters with the Bacabob.

    When they saw him enter and approach, the venerable elders said, “Heart of the Sky, powerful Huracán, we cannot turn you back into Chipí, Smallest of the Thunder Bolts.  What’s done is done.”

    “Oh, no, venerable Ah na Itzas!” cried Heart of the Sky inconsolably.   “I’d sooner die!”

    “Allow us to think and confer among ourselves,” they replied.  “Perhaps we can help you.”

    The Four Ah na Itzas withdrew to a private patio where they seated themselves in the shape of a cross representing the four points of the compass.

    An eternal amount of time passed while Huracán sat and watched from above as the inhabitants of the forest reconstructed their huts and the birds made nests in trees that still lay upon the ground.

    Finally, the Four Ah na Itzas finished their consultation and re-entered the Room of the Four Breezes.

    “Heart of the Sky,” they announced solemnly, “we will give you four gifts.  Listen carefully, as these will be, from today forward, your own four gifts.”

    “My gift,” said Ah Kabul, “is that the thunder will warn people of your arrival so that they can take refuge.”

    “For my part,” said Ah Tupp, “I will alert the animals of your nearness so that they can escape your powerful winds by moving to higher ground.”

    “I will make sure that your strength diminishes once it reaches the sea,” said Ah Hobnil.

    Then, Ah Balam, the fourth Bacab , touched Huracán’s left eye with his hand.  “Heart of the Sky, my gift is that, with this eye, you will be able to see your path to the center of the whirlwind.”

    Ever since that time, when the eye of the hurricane passes, the wind ceases, and for a few moments, you can see a small circle of blue sky.  This is the eye of the hurricane, Heart of the Sky.

    The word “hurricane” originates from the name that the Mayan and Carib Indians gave to the god of storms. In India it is called a cyclone, in the Philippines it is known as “baguio”, in the western North Pacific it is called a “typhoon”, and in Australia “Willy-Willy”.

    A hurricane is a very strong wind that originates from the sea, which rotates in the form of a whirlpool, carrying moisture in large quantities. By making landfall in inhabited places, it usually causes disastrous damage. Thus, the hurricane constitutes one of the most destructive atmospheric phenomena.

      Leticia Roa Nixon

      Leticia Nixon, nacida en la Ciudad de México, cursó la carrera de comunicación en la Universidad Iberoamericana. Desde 1992 se dedica al periodismo comunitario de Filadelfia. Es autora de seis libros y video productora de PhillyCAM. Escribe para philatinos.com y reside en Swarthmore, Pa.

      Leticia Nixon, born in Mexico City, studied communications at the Universidad Iberoamericana. Since 1992 she has been dedicated to community journalism in Philadelphia. She is the author of six books and video producer for PhillyCAM. She writes for philatinos.com and lives in Swarthmore, Pa.

      Selected Works by Leticia Nixon:
      Cuando los Tejidos Hablan (When Fabrics Speak)
      Berenice, La Danzante Azteca (Berenice, The Aztec Dancer)
      El Lienzo de Tlapalli (The Tlapalli Canvas)

        The Secret Method to Creating the Perfect Amount of Simple

        RevarteColectiva · July 22, 2022 ·

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