Por Rosalba Esquivel Cote
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II. CAPÍTULO DOS. Operación, manos a la obra
Era ya de noche cuando Kate se propuso reparar su máquina para terminar de coser los vestiditos de muñeca que debía entregar a la mañana siguiente, y así contar con dinero y festejar el cumpleaños de su hijo pequeño, Rodri.
Lo primero fue averiguar cómo se movían las piezas que conformaban la máquina de coser. Así que comenzó a dar marcha manualmente al artefacto observando con mucho cuidado cómo se movía cada uno de los elementos que la componían. Su mirada se notaba concentrada, casi hipnotizada por el mecanismo. Por arriba todo parecía bien, y decidió revisar la parte inferior de la máquina, la cual se encontraba oculta por debajo del mueble en lo que parecía un gran cajón de madera. Para poder checarla, Kate tenía que quitar cuatro tornillos que sujetaban a la máquina por encima del mueble.
“¿Y ahora, qué herramienta necesitaré?”, se dijo así misma. “Hija, pásame ese desarmador, creo que la punta tiene el mismo dibujo que estos tornillos”, señaló la madre sin quitar la vista de la máquina. Rose, rápidamente le entregó la herramienta en mano como si fuese el asistente del cirujano entregando el escalpelo. La niña miró cómo su mamá iniciaba el procedimiento de sacar los tornillos. Ella nunca la había visto hacer eso, así que abrió grandes los ojos casi sin parpadear, fijamente como si se tratara de quien descubriera el cofre con el tesoro perdido o como quien abriera la panza del enfermo y se mostraran todos sus intestinos. ¡Ja, ja, ja!, vaya comparación.
Riiir, riiir, riiir, se dejaba escuchar el sonido de cada uno de los tornillos dando vueltas por el desarmador. Kate comenzaba a sudar ansiosa con temor, pero con mucho valor y determinación de lograr su cometido. ¡Y vualá!, con esfuerzo logró quitar los tornillos. La máquina quedó libre, con una mano la sujetó y con mucho cuidado la apoyó sobre el mismo mueble para visualizar lo que había debajo.
Los ojos de Kate se llenaron de incertidumbre. ¿Qué era todo eso que estaba ahí?, se preguntaba. Había muchas piezas cubiertas de un polvo fino negro envueltas en pelusa. Se quedó ahí mirando, por arriba, por abajo, por un lado, por el otro, mientras más veía, más miraba. ¡Valga la expresión! “¿Mamá, que es eso de aquí? ¿Y, eso otro? ¿Para qué sirve esa cosa?”, cuestionaba la niña.
Kate no respondió, y después de observar muy de cerca cada uno de los componentes se echó para atrás en el respaldo de la silla, sorprendida. Sin dejar de mirar, se hizo casi las mismas preguntas que su hija. “¿A quién y cómo se le habrá ocurrido inventar semejante cosa?”, se preguntó Kate en voz alta. No tenía idea de que era todo eso que veía. Por un momento la mujer dudó si sería capaz de encontrar el desperfecto y más aún, si sería capaz de repararlo. Así que se le ocurrió ir anotando en el cuaderno de español de Rose todo lo que veía y hacía. Empezó limpiando todo.
En tanto Rose miraba con mucha atención, la niña recordó aquel día cuando ella y su familia viajaban en el vochito de su papá rumbo a su balneario favorito, el Thepé, cerca de la ciudad de Actopan en el estado de Hidalgo. Esa mañana sin motivo aparente, el auto se apagó, Jorch, su papá, con destreza se orilló y salió del auto. Tras él, toda la familia bajó también aprovechando el incidente para respirar aire fresco y estirar las piernas. El padre de familia abrió el cofre para revisar el motor, y después de unos minutos le pidió a Kate que entrara al auto, diera marcha y acelerara un poco. “¡Guau! ¿Mi mamá sabe manejar también?”, se preguntó Rose.
La niña desde muy pequeña había aprendido a admirar a su mamá. Kate, como muchas otras madres, se levantaba muy temprano todos los días, incluso a veces estando enferma para atender a su familia. “Mi mamá es única, y hace muchas cosas, nos despierta para levantarnos de la cama, nos alista, nos prepara el desayuno, nos tiene los uniformes limpios y planchados, hace la limpieza de la casa y todavía le da tiempo de trabajar en esa máquina de coser, aunque no me gusta que se acueste tarde. Y es que mi papá está fuera de casa todo el día, sale a trabajar en la madrugada y regresa en la noche”.
“Tampoco me gusta aquellos días que se nos hace tarde para ir a la escuela. Mi mamá nos apura diciendo su clásica frase: ‘ya vámonos, ya son cinco para las ocho’, y salimos apresurados para la escuela. Ella nos ayuda a cargar las mochilas. Recorremos la calle sin pavimentar, evadimos los charcos de agua tratando de no ensuciarnos con el lodo saltando entre las piedras. Es un camino complicado que empeora en temporada de lluvias. A veces es inevitable llegar con las calcetas blancas moteadas por las salpicadas y con los zapatos bien lustrados pero llenos de lodo”.
“En esos días de premura, cuando casi están a punto de cerrar la puerta echamos la carrera, hacemos un ‘sprint’ ya no importando cruzar el campo minado de lodo, agua, y piedras. La gente nos abre paso, como si fuéramos celebridades. Doña Beatriz, la mamá de mi amiga Zulma hace movimientos con los brazos como si se tratara del entrenador de beisbol animando a correr a su jugador quien viene a toda velocidad para llegar a ‘Home’. Yo avanzo con Rodri de la mano, miro atrás, Mary nos viene pisando los talones y mi mamá a la cola, aceleramos y como en las películas de acción a cámara lenta cruzamos el zaguán, mi mamá literalmente nos avienta las mochilas, las atrapamos haciendo gestos de e inmediatamente cruzamos la meta, las puertas se cierran. ¡Uf, qué carrera!, el resto de las madres y padres afuera ovacionan a mi mamá ¡lo lograron señora, lo lograron! A veces pienso que ¿para qué quiero tener práctica de deportes, si cada día rompo mi marca en esta carrera de obstáculos?”.
Ese día del percance en el paseo al balneario, Rose miraba a su mamá ayudar a su papá desde el interior del auto siguiendo con atención las instrucciones que él le indicaba. Finalmente, Jorch pudo echar a andar el auto, y continuaron su camino. A la niña, le quedó muy claro que haber sido el asistente del “mecánico” fue muy importante para resolver el averío. Y esa noche tratando de reparar la máquina de coser, ahora Rose sería la asistente el “mecánico”, así que de ella dependía también echarla a funcionar. Estaba consciente de que no podía fallarle a su mamá, ni tampoco a su hermanito, quien seguramente ya soñaba con su festejo de cumpleaños.
El reloj seguía su marcha, las manecillas parecían comerse al tiempo. Kate, llevaba en los hombros la responsabilidad de entregar ese pedido de vestiditos. El contrato que había conseguido Doña Jovita y su esposo con esa importante juguetería les daría la oportunidad de crecer su negocio, y tal vez con ello, Kate pudieran ganarse la confianza definitiva de sus patrones y considerarla como parte de sus empleados definitivos. No podía fracasar ante la oportunidad que le habían ofrecido. En su cabeza, se repetían las palabras de Doña Jovita, “Te vamos a encargar que hagas los vestiditos de las cien muñecas que irán vestidas de veracruzana para Mr. Gary. Él espera llevarse las muñecas listas el sábado a las diez de la mañana, o perderá su vuelo. No podemos fallarle. Así que queremos seas puntual con tu entrega”. Una y otra vez, a cada momento, esas palabras replicaban en su mente, como si fueran las alarmas que le avisaran que otra hora se había consumido, “queremos que seas puntual con tu entrega”, “queremos que seas puntual con tu entrega”.
Kate seguía luchando con aquella máquina, que se había vuelto su salvación y su verdugo. Mientras ella luchaba por reparar el averío mecánico, veía como a su hija la vencía el sueño. Sin embargo, sabía que la necesitaba y con todo el dolor de su corazón, no dejó que se durmiera. En esa travesía sólo eran Kate y Rose.
La estación de radio terminó su programación habitual para dar paso a la famosa “Hora Nacional”, un programa de noticias culturales que marcaba las diez de la noche. Los ojos de Kate mostraban ansiedad preocupada por no poder resolver el problema, pero trató de no desesperase.
Rose seguía en su posición de “ayudante de mecánico”, sosteniendo el foco y pasando las herramientas a su madre. Kate, se acercó tanto a la máquina que casi la podía besar, cerró los ojos y como un acto de devoción susurró: “¿máquina dime qué necesitas?, ¿qué necesitas? Ayúdame a terminar mi trabajo, mis hijos merecen que les cumpla su ilusión. Mis niñas se han portado bien, y mi niño ha tenido unos días difíciles por su enfermedad. Por favor, ayúdame a repararte”
Y como si la máquina la hubiera escuchado, de pronto, una pieza de aquel engranaje cayó al piso. Kate miró y pudo ver que era una tapita que ocultaba un ganchito que se notaba desalineado al resto del engranaje. Con mucho cuidado nuevamente dio marcha manualmente a la máquina y observó como el hilo que venía con la aguja de arriba no se ensartaba en ese ganchito y el hilo regresaba sin formar la puntada. Como si se tratara de quien debe cortar el cable azul o el cable rojo para evitar detonar una bomba, Kate pidió a Rose unas pinzas de punta y meticulosamente regresó ese ganchito a su lugar, con toda la esperanza puesta en ese acto, Kate puso en marcha a la máquina y … Ocurrió el milagro: el hilo se ensartó y se formó la puntada.
“¡Eureka, ya sé que tiene!”, expresó la angustiada y recién alegre madre. El grito hizo que Rose terminara de despertar de su somnolencia. La niña se levantó de la silla y tallándose los ojos llenos de sueño, preguntó, ¿qué pasa mami, ya sabes lo que le pasa a la máquina? Su mamá emocionada le dijo “creo que sí, déjame sujetar bien este ganchito”. No había duda, lo había logrado. Ambas se quedaron mirando fijamente lo ocurrido. No lo podían creer, habían reparado el problema. Rápidamente, la niña le pasó un pequeño desarmador a su mamá, quien ya con el ganchito bien ajustado puso la tapita de metal que había caído al piso, accionó la máquina una vez más, y ¡listo!, la máquina de coser volvió a funcionar. Madre e hija rieron de alegría, se abrazaron y se felicitaron una a la otra.
Una vez que Kate armó nuevamente la máquina, giró su cabeza para mirar aquel reloj de la habitación, de sonido interminable, ¡tic, toc, tic, toc! La manecilla larga estaba a punto de alcanzar a la corta en lo más alto del reloj. Ya era muy tarde. Ya habiendo resuelto el problema, Kate no sabía si le daría tiempo de terminar el trabajo. Además, su hija se caía literalmente de sueño.
La madre empezaba una angustiosa carrera contra el tiempo. ¡Tic, toc, tic, toc!
English Version:
Mom’s Sewing Machine
by Rosalba Esquivel Cote
II. CHAPTER TWO. Operation, get to work.
It was already night when Kate decided to repair her machine to finish sewing the doll dresses that she had to deliver the next morning, and thus have money and celebrate the birthday of her little son, Rodri.
The first thing was to find out how the parts that made up the sewing machine moved. So, he began to manually start the device, observing very carefully how each of the elements that made it up moved. His gaze seemed concentrated, almost hypnotized by the mechanism. From above everything seemed fine, and he decided to check the lower part of the machine, which was hidden under the furniture in what looked like a large wooden drawer. To check it, Kate had to remove four screws that held the machine above the furniture.
“And now, what tool will I need?” she said to herself. “Honey, pass me that screwdriver, I think the tip has the same pattern as these screws”, the mother pointed out without taking her eyes off the machine. Rose quickly handed him the tool in her hand as if she were the surgeon’s assistant handing over the scalpel. The girl watched as her mother began the procedure of removing the screws. She had never seen her do that, so she opened her eyes wide almost without blinking, staring as if she were someone discovering the chest with the lost treasure or someone opening the sick man’s belly and showing all his intestines. Ha ha ha, what a comparison.
Riiir, riiir, riiir, the sound of each of the screws turning through the screwdriver could be heard. Kate began to sweat anxiously with fear, but with great courage and determination to achieve her goal. And wow! With effort she managed to remove the screws. The machine was free, with one hand she held it and very carefully placed it on the same piece of furniture to see what was underneath.
Kate’s eyes filled with uncertainty. What was all that that was there? she wondered. There were many pieces covered in fine black dust wrapped in lint. She stood there looking, above, below, on one side, on the other, the more she saw, the more she looked. Worth the expression! “Mom, what is that here? And that other thing? “What is that thing for?” the girl questioned.
Kate did not respond, and after observing each of the components very closely, she leaned back in the chair, surprised. Without taking her eyes off, she asked herself almost the same questions as her daughter. “Who and how could it have occurred to invent such a thing?” Kate wondered aloud. I had no idea what all that was I was seeing. For a moment the woman doubted if she would be able to find the damage and even more so, if she would be able to repair it. So, it occurred to her to write down everything she saw and did in Rose’s Spanish notebook. She started by cleaning everything.
While Rose watched very carefully, the girl remembered that day when she and her family were traveling in her father’s little car (vochito) heading to their favorite resort, Thepé, near the city of Actopan in the state of Hidalgo. That morning for no apparent reason, the car turned off, Jorch, his father, skillfully pulled over and got out of the car. After him, the whole family also came down, taking advantage of the incident to breathe fresh air and stretch their legs. The father of the family opened the hood to check the engine, and after a few minutes he asked Kate to get into the car, put it in gear, and accelerate a little. “Wow! does my mom know how to drive too?”, Rose wondered.
The girl had learned to admire her mother from a very young age. Kate, like many other mothers, got up very early every day, sometimes even when sick, to care for her family. “My mother is unique, and she does many things, she wakes us up to get out of bed, she gets us ready, she prepares breakfast for us, she keeps our uniforms clean and ironed, she cleans the house and still has time to work on that sewing machine, although I don’t like him staying up late. And my dad is away from home all day, he goes to work in the early morning and returns at night”.
“I also don’t like those days when we are late to school. My mother rushes us by saying her classic phrase: ‘let’s go, it’s five to eight’, and we rush off to school. She helps us carry the backpacks. We walk the unpaved street; we avoid the puddles of water, trying not to get dirty with the mud by jumping between the stones. It is a complicated path that worsens in the rainy season. Sometimes it is inevitable to arrive with white socks mottled by splashes and with shoes well-polished but full of mud”.
“On those days of rush, when they are almost about to close the door, we start the race, we do a ‘sprint’ no longer caring about crossing the minefield of mud, water, and stones. People make way for us, as if we were celebrities. Doña Beatriz, my friend Zulma’s mother, makes movements with her arms as if she were a baseball coach encouraging her player to run, who is coming at full speed to get to ‘Home’. I advance with Rodri hand in hand, I look back, Mary is hot on our heels and my mother is behind us, we accelerate and like in slow motion action movies we cross the hallway, my mother literally throws our backpacks at us, we catch them doing gestures and immediately we cross the finish line, the doors close. Wow, what a race! The rest of the mothers and fathers outside cheer for my mom. They did it, lady, they did it! Sometimes I think that why do I want to practice sports if every day I break my record in this obstacle course?”.
That day of the mishap on the trip to the Thepé, Rose watched her mother help her father from inside the car, carefully following the instructions he gave her. Finally, Jorch was able to start the car, and they continued their way. It was very clear to the girl that being the “mechanic’s” assistant was very important in solving the problem. And that night trying to repair the sewing machine, now Rose would be the “mechanic” assistant, so it was up to her to get it working as well. He was aware that he could not fail his mother, nor his little brother, who was surely already dreaming of his birthday celebration.
The clock kept ticking; the hands seemed to eat up time. Kate carried the responsibility of delivering that order for little dresses on her shoulders. The contract that Doña Jovita and her husband had obtained with that important toy store would give them the opportunity to grow their business, and perhaps with this, Kate could gain the definitive trust of her employers and consider her as part of their permanent employees. He could not fail at the opportunity he had been offered. In her head, Doña Jovita’s words were repeated, “We are going to ask you to make the little dresses for the hundred dolls that will be Veracruzana dressed for Mr. Gary. He hopes to have the dolls ready by ten in the morning on Saturday, or he will miss his flight. We cannot fail him. So, we want you to be punctual with your delivery”. Repeatedly, at every moment, those words echoed in his mind, as if they were alarms warning him that another hour had passed, “we want you to be punctual with your delivery, we want you to be punctual with your delivery”.
Kate continued fighting with that machine, which had become her salvation and her executioner. While she struggled to repair the mechanical breakdown, she watched as her daughter fell asleep. However, she knew she needed her and with all the pain in his heart, she did not let her fall asleep. On that journey it was just Kate and Rose.
The radio station ended its usual programming to make way for the famous “Hora Nacional”, a cultural news program that clocked ten o’clock at night. Kate’s eyes showed worried anxiety that she couldn’t solve the problem, but she tried not to despair.
Rose was still in her “mechanic’s helper” position, holding the light bulb and passing the tools to her mother. Kate got so close to the machine that she could almost kiss it, she closed her eyes and as an act of devotion she whispered: “machine, tell me what you need? What do you need? Help me finish my work, my children deserve their dreams to come true. My girls have been well behaved, and my boy has had a difficult few days due to his illness. Please help me fix you”.
And as if the machine had heard her, suddenly, a piece of that gear fell to the floor. Kate looked and could see that it was a small cover that hid a small hook that seemed misaligned with the rest of the gear. Very carefully, she manually started the machine again and observed how the thread that came with the upper needle did not thread into that hook and the thread returned without forming the stitch. As if it were someone who should cut the blue wire or the red wire to avoid detonating a bomb, Kate asked Rose for some needle-nose pliers and meticulously returned that little hook to its place, with all hope placed in that act, Kate put it into action. She went to the machine and… The miracle happened: the thread was threaded, and the stitch was formed.
“Eureka, I know he has it!” expressed the distressed and newly happy mother. The scream made Rose wake up from her drowsiness. The girl got up from the chair and rubbing her sleep-filled eyes, she asked, “What’s wrong, mom, do you know what’s wrong with the machine?” She is excited and mother told her “I think so, let me hold this hook well”. There was no doubt, she had achieved it. They both stared at what had happened. They couldn’t believe it; they had fixed the problem. Quickly, the girl handed a small screwdriver to her mother, who, with the hook well adjusted, replaced the little metal cover that had fallen to the floor, turned on the machine once more, and presto! the sewing machine worked again. Mother and daughter laughed with joy, hugged, and congratulated each other.
Once Kate put the machine back together, she turned her head to look at that clock in the room, with its endless sound, tick, toc, tick, toc! The long hand was about to catch up with the shorthand at the top of the clock. It was too late. Having already solved the problem, Kate didn’t know if she would have time to finish the job. Furthermore, her daughter was literally falling asleep.
The mother began an agonizing race against time. Tick, tock, tick, tock!
Rosalba Esquivel Cote
Rosalba es mujer, mexicana, microbióloga, maestra, aprendiz, y artivista. “¡Deja que tus gritos se lean!”
Selected Works by Aura R. Cruz Aburto:
La Máquina De Coser De Mamá (I)
Mi Amiga y La Medusa
Otoño
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