Por Abel Hernández Ulloa (Fotografía por Obed Arango)
Caminando por el cotidiano trajín de las calles empedradas me he perdido entre zigzagueantes y estrechos callejones… y al querer encontrar un camino, he subido por uno de esos callejones que gradualmente se hacía más y más angosto… parecía haber salido de un cuento pues conforme avanzaba se iba haciendo cada vez más diminuto. Sí, parecía que el camino era el que se movía debajo de mis pies y me conducía veloz hacia su cúspide, misma que se escondía de mi vista por el serpenteo de la subida. De pronto, como cuando en medio de una angustia se ilumina nuestro corazón, porque ha llegado al rescate un amigo para abrazarnos con su mirada, así exactamente, ¡de pronto! se iluminó el sendero porque un jardín se extendía majestuoso a un costado de aquella subida interminable… un hermoso pasto verde se derramaba y extendía por debajo de una frondosa jacaranda que presumía de su elegancia, moviéndose al compás del viento y desplegando un sofisticado juego de luces y de sombras que hacían aparecer multicolor a aquel pasto que brillaba, como encantado, en esa danza interminable del sol presente y ausente, de claro-obscuros…
Los bordes del jardín tenían flores que ofrecían a la vista el aroma de sus colores y el olfato se embriagaba por la fascinación de los múltiples colores de su aroma… al final del jardín, en el rincón de su lado izquierdo, una pequeña construcción de madera y de techo a dos aguas, sutilmente parecía invitar al caminante, a mí, hacia ella… con su puerta entreabierta y teniendo por delante un diminuto camino de piedras que de modo juguetón, quizá tan sólo por remedo caprichoso y burlón de las curvas estrechas de los callejones, zigzagueaba ociosamente por el jardín hasta alcanzar el camino en el que me encontraba. No pude evitarlo y caminé, crucé el jardín, sentí cómo la sombra de la jacaranda se desparramaba sobre mis pasos… el sol jugaba matizando los colores de mi ropa con diferentes tonalidades al escurrirse entre aquellas sombras… las flores me asediaban doblemente con su aroma y sus colores hasta que llegué al quicio de la puerta, la empujé y entré…
Al entrar se iluminó la penumbra con la luz que se coló a través de la puerta abierta, pero también descubrí un ventanal del lado derecho y una pequeña ventana del lado izquierdo. La habitación estaba casi totalmente vacía pero un aroma de incienso la revestía de un carácter místico… Había algunos cuadros con imágenes de paisajes muy hermosos y tuve la impresión de que el mundo había sido invitado a esa habitación pues tanto dunas desérticas, mares y montañas mostraban su esplendor… al igual que imágenes de distintas culturas… Olmeca, Maya, Griega, Egipcia… cuadros religiosos con motivos tanto cristianos como judíos, musulmanes, budistas, etcétera. En un rincón un pequeño secreter con una silla parecía estarme esperando con un libro abierto y a su lado una pluma fuente y papel en blanco… de modo irresistible me acerqué y miré hacia el libro abierto.
“El universo se está tratando de hacer un espacio dentro de ti…”
Esa era la única frase que aparecía en medio de la primera página del libro que se abría ante mí. Y entonces sentí que la tierra toda se hacía presente a través de las imágenes de las montañas, de los desiertos, de los mares y también de las imágenes de las culturas que me rodeaban… incas, hindúes, chinos… y entonces observé que entre los motivos religiosos de la cruz, de la estrella de David, de un Buda, se mostraban también pinturas de diversos periodos: medievales, renacentistas, impresionistas, surrealistas… una réplica del “Cuarto” de van Gogh y otra de la “Improvisación 31 (Batalla en el Mar)” de Kandinsky capturaron mi atención y me arrancaron de la certeza del recorrido previo por los callejones y por el camino de piedras de ese maravilloso jardín en el que se encontraba el cuarto en donde ahora me ubicaba… pero más allá de las coordenadas espaciales y temporales era la certeza de esos colores y su ímpetu vital lo que me hacía vibrar y colmaban de significado en ese momento… fue así, que sintiendo una alegría infinita en la contemplación serena y lúdica de esos cuadros, que de pronto sentí que toda la geografía del mundo, toda su historia, toda su belleza me llegaba de modo súbito y entonces sentí que efectivamente lo infinito del universo, de algún modo, se iba abriendo espacio dentro de mí… sentí entonces la necesidad de dar vuelta a esa primera hoja del libro…
La segunda hoja me pareció completamente blanca… estaba vacía pero mi mirada insistía en observarla y de pronto comenzaron a emerger palabras… eran palabras conocidas, pues las había contemplado en la lápida de mi primo Alfredo Hatchett, un lider estudiantil en los años setentas y quien fue asesinado por mantenerse firme a sus ideales… sin embargo esas palabras cobraban un mayor sentido en medio de mi experiencia en este jardín, las palabras emergían y parecían iluminar toda la página, todo el libro, todo el cuarto, todo el jardín:
“Vivir el presente sin que haga mella en ningún momento el pasado y sin pensar dramáticamente en el futuro; pues lo cierto es que se tiene que vivir para disfrutar. Y sentir que se está viviendo para algo y ese algo se satisface logrando lo que se desea y si no se lograse y la vida se fuese acabando moriríamos con la felicidad de haber vivido disfrutando.”
Sentí que en esas ideas se encontraba el sentido más profundo para disfrutar plenamente de la vida… el secreto para vivir plenamente toda la vida… pues así cada instante tenía su propia y exclusiva dimensión y habría de librarse de las ataduras del pasado y del futuro…
Al despertar de las pocas horas en que había dormido… pero en las cuales había tenido ese maravilloso sueño del jardín secreto, mi hija Sofía me observó y me dijo: “Papi, ¿sabes qué hay en esas bolsitas debajo de tus ojos (refiriéndose a las ojeras)?” Respondí que no. Y entonces me dijo: “Son los sueños que aún no has soñado”. Y entonces me alegré por todos los sueños posibles… por la infinidad de nuevos jardines secretos por descubrir, tanto en este mundo como en el mundo de los sueños.
Abel Rubén Hernandez Ulloa, PhD
Trabajó como Research Fellow en Lancaster University. Profesor-Investigador en la Universidad de Guanajuato.
Abel es filosofo de la educación, y economista, ha sido profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Tec de Monterrey Campus Ciudad de México, y actualmente es profesor investigador en la Universidad de Guanajuato. Abel lidera diversas iniciativas nacionales e internacionales para la transformación y justicia social desde la educación.
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