Por Obed Arango
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CAPÍTULO VI
Carlos vio la moneda, Videla -el gran Videla- como él decía, se la dio de regalo. Carlos la puso en la punta de su dedo, cómo era posible que una moneda tan pequeña se sintiera con cierto peso. –¿Qué es?– preguntó. Videla le respondió, — esta moneda es un tesoro, perteneció al padre de los dictadores de América Latina, un hombre patriota que amó su tierra y que lo salvó de la ignorancia de la religión, y de los sueños de los idealistas, como verás corresponde a hombres como nosotros construir las patrias, protegerlas, darles orden. Si dejas al pueblo a su voluntad, todo desemboca en desastre. Por eso a los insurrectos hay que bancarlos, yo sé que vos entendés. Este pequeño tesoro, el peso de Maximiliano, perteneció a Porfirio Diaz quien hizo de México una nación moderna, es una pena que en su vejez no tuvo ya los bríos para defenderla de esos ignorantes, un tal Doroteo Arango, y un tal Emiliano Zapata. México por lo menos perdió 25 años de su historia por una estúpida revolución y por hombres analfabetos. Pero yo te digo Carlos que eso no pasará aquí, así tengamos que reprimir a todos en Tucumán, y acabar con los socialistas, peronistas, con los cordobeses y con los mapuches.– Carlos puso la moneda con cuidado en la caja de rape. — Gracias, me honra grandemente que me la de, la guardaré con mi vida, y la dejaré como testimonio de su grandiosidad, se la daré a mi hija, ella crecerá con amor por la patria del sol.
Carlos era fiel a Videla, y como él, también era aficionado al fútbol, ambos recordaban la tarde anterior que en dos años se celebraría el mundial y se debía aprovechar tal vitrina para mostrar que Argentina avanzaba con un rumbo firme, que los años del peronismo son cosa del pasado, y que se vivía con orden y estabilidad social. Qué mejor manera de ganarse la confianza de los inversionistas que mostrar a un pueblo rebosante de alegría que es capaz de mostrar la patria a todos los países del orbe. Así, la junta militar de Argentina se abría al orden global, y buscaba el aval de las democracias de occidente, la apuesta de Videla era atraer inversiones urgentemente y buscar ser líder del cono sur. De vez en cuando Videla le preguntaba a Carlos cómo iban las cosas con el General Augusto Pinochet en Chile quien contaba con el apoyo de los Estados Unidos. El espejismo de Chile mostraba una recuperación económica que buscaba enterrar a Salvador Allende en la historia. Videla se preguntaba si Argentina debía actuar de la misma manera que Pinochet, con la fuerza militar abierta, calle por calle y casa por casa. El interrogante daba también vueltas en la cabeza de Carlos que desde según su parecer la junta militar de Argentina estaba lejos de haber dado un golpe certero de tajo como fue en Chile, pues dejaron muchos cabos sueltos. Vaya que marzo de 1976, fueron días de desvelo para él. Vio poco a su familia, descuidó sus negocios y fue uno de los pocos civiles que aconsejaba directamente a la junta militar, y de los pocos que tenía acceso directo a Videla. ¿Algún día los periodistas notarían su constante presencia en la Casa Rosada?, se preguntaba con cierta ansiedad. Él y Videla evitaban mostrarse en público, no había fotos de ellos juntos. Era mejor así.
Finalmente, Carlos tenía una mañana tranquila, observaba a unos pocos metros de distancia a la pequeña Ana jugar en el jardín central de la casona, que estaba rodeada de arcos, la veía pasar su mano sobre el agua de la fuente sobre la que caía un rayo de sol formando un arco iris sobre el cabello rubio de la niña Tal era la delicadeza de Ana, que cuando tocaba el agua esta no se movía,era como si las puntas de sus dedos acariciaran terciopelo, apenas se humedecían. Ana no tenía amigas, eran pocas las compañeritas de escuela que iban a su casa y desde que se había dado el golpe, Carlos restringía quién podía visitarles, una especie de paranoia le había invadido. Ser empresario y servir a la junta militar como civil, era el mejor camuflaje que podía tener, además de que le daba buenos dividendos ser consejero de Videla. Ana María, la madre de Ana, era mejor no preguntarle acerca de las actividades de su marido. Ambos vinieron de Italia, juntos se habían establecido y juntos habían crecido venciendo la pobreza. Carlos admiraba a Mussolini, Ana María prefería no comentar de política con él, ya que el abuelo de ella, republicano de origen español, había padecido el régimen de Franco. Si su abuelo supiera que ahora el esposo de ella era un facista argentino, le reclamaría con argumentos contundentes de por qué Carlos sería una lacra. Ella optaba por no pensar en ello, y valoraba la ternura que él tenía con Ana. Así, Ana María prefería dedicarse a las cosas del hogar, a revisar las finanzas de las empresas, y procurar que Ana estuviera bien. Apolítica como ella se definía, pensaba que si ellos creaban empleos era su mejor contribución a la nueva patria, prefería no saber, no escuchar, no indagar acerca de las relaciones de Videla con su esposo.
Esa mañana mientras Ana jugaba en la fuente, tocaron con fuerza al frente de la casona. La mujer que desempolvaba los muebles apuro a abrir la puerta. Para sorpresa de ella vio a ocho soldados, y en medio de ellos, el general Videla. Ana los miró y corrió a donde estaba su padre. Carlos se levantó de un salto, descalzo como estaba le pidió a Videla que tomara asiento y le sirvieran algo. Tan inesperada era la visita del general, que seguramente se trataba de algo urgente. ¿Por qué había ido? ¿No era acaso un acto imprudente haberlo hecho? ¿Cómo se atrevía a poner en riesgo a su familia? Todo esto pensaba Carlos mientras Videla le hablaba.
Videla se acercó a Ana, se inclinó y le tomó una de sus manos, le abrió la palma y le dio un caramelo de dulce de leche. Ella, entre el asombro, el horror y la alegría, se preguntaba cómo este hombre de aspecto desconfiado sabía cuál era su golosina favorita. Ella se alejó con el caramelo, lo colocó sobre una mesa y corrió a un lado de su padre.
— Tu niña es muy hermosa Carlos, debes cuidarla. De eso venía a hablar contigo. Los niños que fueron hermosos ayer son unos desadaptados sociales hoy. ¿Cuántos jóvenes y señoritas hace diez años eran como ella y hoy son una amenaza para el país? ¿Fue el error de sus padres? ¿Fueron los cantos de sirena del peronismo? O ¿fue la imagen ilusoria y desparpajada de Ernesto Guevara? Debes protegería de las malas influencias. Hoy ella es hermosa, es dulce, es tierna, es alegre, es inocente. ¿Cuánto dura la inocencia? ¿Quién le quitara la inocencia? Debes alejarla de los “Ernestos” que andan por ahí–.
Carlos no sabía que responder, ahora Videla le daba consejos de cómo educar a su familia.
En el patio central de la casona bajo los arcos, Carlos tenía su colección de hombres del poder en vitrinas de mesa con cubiertas de vidrio. Lentamente la mirada de Videla recorría la colección de Carlos, ahí vio con beneplácito la caja de rape con el peso de Maximiliano, dio a Carlos una mirada de afirmación, y continuó su recorrido lento, se detuvo en una placa de media carta que contenía la bandera de la República Dominicana, el rostro del dictador Rafael Trujillo, y la leyenda “En este hogar Trujillo es:”, debajo de la bandera se leía: “Símbolo nacional: Rectitud, libertad, trabajo y moralidad”. Videla observó la placa con cuidado, y le dijo a Carlos, — ¿Me la puedo llevar? –, Carlos contestó, — por supuesto, es suya.– Videla abrió la vitrina con cuidado, tomó la bandera con sus manos y añadió, — Esa es la solución Carlos, y Trujillo lo sabía, tenemos que meternos a las casas, ser jefes en cada casa, hasta que los principios que nos rigen manden en cada hogar. Qué saben los jóvenes de construir un país, para esto se requiere rectitud, moralidad, trabajo, libertad, y yo añadiría orden, mucho orden–. Para Carlos no había duda ya, Videla era el jefe en su propio hogar y podía disponer de todo. Esa fue la primera vez que Carlos sintió repulsión por Videla. Esa fue la primera vez que Videla sintió envidia de Carlos.
Después de la visita, Videla no pudo olvidar los ojos verdes de Ana y de Ana María su madre. Ana a tenía nueve años en 1976, madre e hija eran igualmente bellas. Carlos lo tenía todo, menos la responsabilidad de un país, podía andar descalzo en la casa y relajarse. En cambio a Videla le invadía un espíritu de omnipotencia, en el que relajarse era imposible, él sentía la gran responsabilidad de salvar a la Argentina del demonio del marxismo. Fue cuando Videla pensó que era importante darle una lección al empresario cuyo poder se resumía a una colección de objetos de dictadores y de reyes.
Las siguientes noches Videla tuvo insomnio, se le veía pausado en las entrevistas, Videla sospechaba de todos, comenzó a ver un ejército de demonios por todas partes, la sociedad civil era el enemigo de la historia, él debía dudar del tendero, de la señora del puesto de verduras, del estudiante, de quienes habitan los departamentos multifamiliares, las dudas que asaltaron a Videla le dibujó la complejidad del terreno de la guerra a la que se enfrentaba. — Es mucho más fácil atacar a un ejército con uniforme, que a un grupo de terroristas que se mezclan con la sociedad civil– le dijo a Carlos en una de esas primeras tardes en la Casa Rosada. Desde el balcón podía ver la Plaza de Mayo con su centro ovalado rodeado de palmeras fénix, jacarandás, ceibos y olivos. Esa tarde todo se veía tranquilo, pero Videla no lo estaba, él sabía que bajo sus narices los marxistas se organizaban. Después de pensar un rato, volteó y le dijo a Carlos: — te voy a dar una tarea muy importante, esta es la lucha real, esto es de lo que estamos hechos los salvadores de las patrias, y pienso Carlos que vos querés ser uno de nosotros, ser parte de la historia, hacer todo para salvaguardar el presente y el futuro de Argentina. Mañana te voy a presentar al general Jacques Massu, general del escuadrón de la muerte francés, es un amigo, un hombre disciplinado y de gran inteligencia, a él debo buenos consejos militares y la moneda de Maximiliano de Habsburgo, él me la dio. El rostro de Carlos mostró una gran sorpresa. Carlos detestaba a los franceses, fueron los enemigos de la segunda Guerra Mundial.
Cuando Porfirio Díiaz partió al destierro dejó México sobre el Ypiranga, el 26 de mayo de 1911. Salió del puerto de Veracruz rumbo a La Habana y posteriormente a Le Havre, Francia. El Ypiranga fue una embarcación de origen alemán que le hizo la mudanza gratis al dictador Díaz, los años en el poder le permitieron a Diaz hacerse de amigos alrededor del mundo, el mismo director de la empresa naviera le ofreció los servicios. Díaz cargó con un gran volumen de pertenencias, pero la minúscula moneda en su caja de rape se encontraba entre sus objetos más cercanos. Cuando Díaz miró por última vez México, la moneda estaba en uno de sus bolsillos la cual tocó levemente con la punta de unos de sus dedos y pensaba a sus adentros que Maximiliano nunca dejó México, él lo dejaba después de haberle servido por toda una vida. Lo que más le dolía a Díaz era la ingratitud del pueblo, era que no lograban ver el bien que había hecho. La moneda del emperador ahora era la moneda del dictador. Así la moneda llego a Francia. El 2 de julio de 1915 cuando el general Díaz murió a la edad de 84 años en París, Carmelita le dio la moneda al gobierno francés como un detalle de agradecimiento por las atenciones recibidas y simbólicamente era deshacerse, devolverle a Francia el emperador que había enviado, para Carmelita era descargarse de un peso que no quería con ella. Maximiliano estaba finalmente de regreso. Cuando Carmelita vio los restos de su general Díaz descansar en el cementerio de Montparnasse en París, la inundó un deseo profundo de regresar a México, y así lo hizo en 1930, una vez que la revolución había terminado. Para Carmelita de Romero Rubio, el Ypiranga le traía memorias de destierro y de salvación, pensaba ella con ironía, ese barco alemán no solo había rescatado a su esposo de la revolución, sino que rescató a los sobrevivientes del Titanic el 15 de abril de 1912. El Ypiranga siempre cerca de la tragedia estaba listo para rescatar, aunque fueran muertos en vida, pensaba ella. Así la moneda había llegado con todo su peso a Francia, y le fue dada a Bousquet para darla este a Videla, y de Jorge Rafael Videla a Carlos. Ana María escribía esta historia genealógica de la moneda para ponerla en la vitrina a un lado de la caja de rapé, pues había suficiente espacio ya que la placa de Trujillo se había ido. Ana María prefería no analizar lo que escribía, no pensar en la historia, pero veía el hueco que la placa había dejado ¿Quién era el jefe en su casa?, — se preguntaba ella.
Massu quien había combatido en Argelia y junto con el escuadrón de la muerte desmanteló los focos de rebelión, explicó a Videla que había dos cosas igual de importantes, primero definir quién es el enemigo, y segundo el método para aniquilarlo. Ante la complejidad del enemigo en este caso, Massu le sugirió que fuera la desaparición de los insurrectos. En el norte el General Ramon Genaro Díaz Bessone estaría a cargo de los campos de concentración, y del destino final de los detenidos. Durante las primeras detenciones el ejercito usó la fuerza, pero conforme entendieron las lecciones de Massu, la fuerza se vistió de civil en muchos de los casos, y también uso a la policía, era importante que el mensaje de ser salvadores de la democracia se diera al mundo, la junta militar procuraría la democracia y no la imposición. La realidad era otra, Jorge Rafael Videla y Carlos lo sabían.
Videla admiraba la capacidad organizativa de Carlos, a él le pidió que encabezara la operación y desarrollara la inteligencia quien pronto se puso en contacto con Bessone. A Carlos le correspondía rastrear, ubicar, detener y hacer las primeras interrogaciones. A Bessone, llevarlos al norte, torturar y hacerlos desaparecer. Los espías del ejército se infiltrarían en los salones de clase, los mercados, las fábricas y en los vecindarios. Ahí buscarían los focos de rebelión y una vez identificados, irían a sus casas. Procurarían hacerlo sin violencia, sin embargo, no siempre fue así, pedirían que los acompañaran y desaparecerían.
Carlos en la coordinación de esas operaciones detuvo a miles de jóvenes, algunos de ellos sus vecinos en el centro de Buenos Aires. La imagen de Ernesto “el Che” Guevara que Alberto Korda le tomó en los funerales de La Coubre, estaba presente en cada hogar. No era la imagen de Videla como el jefe, si no la de “:El Che”. Carlos entendía la importancia de evitar que Argentina se convirtiera en Cuba o en el Chile de Salvador Allende. Era suficiente que Cuba existiera y que el nombre del tal Ernesto Guevara ataba a los dos países para siempre. Cuántas veces Carlos pasó frente a la casa de los Guevara en el Barrio de Palermo, pensaba él que de ahí en esa cuadra, en uno de esos balcones se había desatado el torbellino que cruzaba América Latina, si lo hubieran sabido entonces lo hubieran hecho desaparecer. Carlos pensaba que la muerte del “Che” en Bolivia le había otorgado poderes sobrenaturales, lo hizo el santo de los revolucionarios y de los socialistas, la juventud argentina se rendía a sus pies y trataban de emularlo, y él necesitaba erradicarlo, hacer un corte generacional. Carlos odiaba la idea de tener que imponer la imagen de Videla como jefe en cada hogar, como un Trujillo argentino, pero no había de otra, era la de Videla o la de Guevara. Lo de Carlos era una cruzada para la limpieza moral del país del demonio del comunismo.
Así, casa por casa, joven tras joven, estos fueron detenidos y desaparecieron a la vista de sus madres. Carlos tuvo que mancharse las manos, el poder ya no era asunto de objetos en unas vitrinas; de la voz de Carlos se despedían órdenes para la confesión y la tortura. Para Carlos, la moneda de Maximiliano adquirio mayor peso, una vez que conoció a Massu y que vio en él la frialdad, la decisión, y el orden, lo respetó y lo admiró. Massu era de aspecto frio, alto, de tez blanca, ininteligible en sus gestos, de muy pocas palabras. Los franceses al final no eran tan finos, frágiles, y románticos, eran colonialistas que sabían esconder la impiedad, el elitismo, el poder detrás del conocimiento, el arte y la democracia. Massu vio con beneplácito cómo Carlos daba órdenes, quien no dudaba en sacarle la verdad a los presos, y finalmente los llevaría al norte donde no había rastro que les siguiera.
Esos meses Carlos había logrado hacer buenos negocios al amparo del poder, su fortuna había crecido y depositaba en bancos extranjeros, su sangre italiana la llevaba con orgullo y le transmitía a su familia, la tradición del orden, la religión, y el respeto a la madre. No había familia italiana en Argentina que no se guiará bajo un matriarcado supuesto. Carlos aunque duro de carácter, quien ponía gracia a la casa y la educación a la hija era la madre, Ana María. Y si bien la comunidad Italiana era más bien una comunidad de barrio, y eran pocos que estaban en los círculos de poder, Carlos era una excepción. Para Carlos la familia era lo más importante. Fiel a Jorge Rafael Videla le hacía partícipe de los negocios, le informaba constantemente del avance del plan y la eliminación de los grupos de insurrección, le sugería cómo calmar las aguas con las madres que protestaban, la inteligencia que había organizado resultó muy efectiva, tanto que Massu lo felicitó frente al mismo Videla en más de una ocasión.
Jacques Massu sugirió a Videla que Carlos también podía ser un tipo de canciller, su presencia empresarial y elegancia le hacía un negociador extraordinario y podía suavizar el rostro militar de Argentina. Carlos tenía una gran capacidad para dialogar con las personas de poder. Videla siempre vio con resentimiento a Augusto Pinochet quien parecía con más poder y autoridad y era cercano a los ingleses y a los estadounidenses. Carlos siempre supo cómo mediar entre los dos. Intercambiar información de aquellos insurrectos chilenos que cruzaban la frontera, y de la misma manera de los jóvenes argentinos que cruzaban la zona mapuche. A Carlos no se le escapaba una, y mientras más resultados daba a Videla, Carlos se apropiaba de un mayor número de tierras, tenía el permiso del dictador militar. Carlos se había convertido en una persona clave en el entramado de poder de la junta militar y de Videla.
Con la intensidad que los tiempos demandaban, los momentos familiares de Carlos eran esporádicos, hacía mucho tiempo que no caminaba descalzo en su casa, que no miraba a su pequeña hija a la que amaba iluminarse bajo el arco iris de la fuente, extrañaba las horas de lectura, él amaba los libros, gozaba las novelas, la poesía clásica y el siglo de oro español. Así Carlos era un gran ejemplo para su hija Ana, él como un lector asiduo, su familia también lo era, no cabe duda que el ejemplo es el mejor método de enseñanza. Ese fin de semana se olvidaría de toda la muerte que le rodeaba dejaría la casona del centro de Buenos Aires, saldría con su bella esposa, y pasaría unos días en Mar de Plata, en la casa favorita de la niña Ana.
En la ribera de Mar de Plata, Ana se repetía que si ella tuviera una hija se llamaría Alfonsina, ella como su padre no paraba de leer poesía todo el día, la re-escribía a mano, su caligrafía era perfecta, artística, pensaba que las letras volaban, liberaba su mano y de ella salía poesía, las palabras eran sus amigas, los libros sus acompañantes.
Ana era bella por la poesía que recorría su alma y eso le gustaba a Ernesto.
English Version:
The Coin
By Obed Arango
Chapter 6
Carlos saw the coin, Videla – the great Videla – as he said, gave it to him as a gift. Carlos put it on the tip of his finger, how was it possible for such a small coin to feel a certain weight. –What is it?– he asked. Videla responded, — this coin is a treasure, it belonged to the father of the dictators of Latin America, a patriotic man who loved his land and who saved it from the ignorance of religion, and from the dreams of idealists, as you will see. It is up to men like us to build homelands, protect them, give them order. If you leave the people to their will, everything ends in disaster. That’s why the insurrectionists have to be stopped, I know you understand. This small treasure, Maximiliano’s peso, belonged to Porfirio Diaz who made Mexico a modern nation. It is a shame that in his old age he no longer had the courage to defend it from those ignorant people, a certain Doroteo Arango, and a certain Emiliano Zapata. Mexico lost at least 25 years of its history due to a stupid revolution and illiterate men. But I tell you Carlos that that will not happen here, even if we have to repress everyone in Tucumán, and put an end to the socialists, Peronists, the Cordobans and the Mapuches.– Carlos carefully put the coin in the snuff box. — Thank you, I am greatly honored that you give it to me, I will keep it with my life, and I will leave it as a testimony of your greatness, I will give it to my daughter, she will grow up with love for the homeland of the sun.
Carlos was loyal to Videla, and like him, he was also a soccer fan. They both remembered the previous afternoon that the World Cup would be held in two years and that they should take advantage of such a showcase to show that Argentina was moving forward on a firm course, that the years of Peronism They are a thing of the past, and that people lived with order and social stability. What better way to gain the trust of investors than to show a people overflowing with joy that they are capable of showing the homeland to all the countries of the world. Thus, the Argentine military junta opened itself to the global order, and sought the endorsement of Western democracies. Videla’s bet was to urgently attract investments and seek to be the leader of the southern cone. From time to time Videla asked Carlos how things were going with General Augusto Pinochet in Chile who had the support of the United States. The mirage of Chile showed an economic recovery that sought to bury Salvador Allende in history. Videla wondered if Argentina should act in the same way as Pinochet, with open military force, street by street and house by house. The question was also spinning in Carlos’s head that in his opinion the Argentine military junta was far from having struck a decisive blow as it was in Chile, since they left many loose ends. Wow, March 1976 were sleepless days for him. He saw little of his family, neglected his businesses and was one of the few civilians who directly advised the military junta, and one of the few who had direct access to Videla. Would journalists one day notice his constant presence in the Casa Rosada? he wondered with some anxiety. He and Videla avoided appearing in public, there were no photos of them together. It was better this way.
Finally, Carlos had a quiet morning, he watched little Ana from a few meters away playing in the central garden of the house, which was surrounded by arches, he saw her pass her hand over the water of the fountain on which a sunbeam forming a rainbow on the girl’s blonde hair Such was Ana’s delicacy, that when she touched the water it did not move, it was as if the tips of her fingers were caressing velvet, they barely got wet. Ana didn’t have any friends, there were few schoolmates who went to her house and since the blow had taken place, Carlos restricted who could visit them, a kind of paranoia had invaded him. Being a businessman and serving the military junta as a civilian was the best camouflage he could have, plus being Videla’s advisor paid good dividends. Ana María, Ana’s mother, was better off not asking her about her husband’s activities. They both came from Italy, together they had settled and together they had grown up overcoming poverty. Carlos admired Mussolini, Ana María preferred not to discuss politics with him, since her grandfather, a Republican of Spanish origin, had suffered under Franco’s regime. If her grandfather knew that her husband was now an Argentine fascist, he would complain with forceful arguments as to why Carlos would be a scourge. She chose not to think about it, and valued the tenderness he had with Ana. Thus, Ana María preferred to dedicate herself to household things, reviewing the companies’ finances, and ensuring that Ana was well. Apolitical as she defined herself, she thought that if they created jobs it was their best contribution to the new country, she preferred not to know, not to listen, not to inquire about Videla’s relationships with her husband.
That morning while Ana was playing in the fountain, they knocked loudly in front of the house. The woman who was dusting the furniture hurried to open the door. To her surprise she saw eight soldiers, and in the middle of them, General Videla. Ana looked at them and ran to where her father was. Carlos jumped up, barefoot as he was, he asked Videla to take a seat and they would serve him something. The general’s visit was so unexpected that it was surely something urgent. Why had he gone? Was it not a reckless act to have done? How dare he put his family at risk? Carlos was thinking all this while Videla was talking to him.
Videla approached Ana, leaned down and took one of her hands, opened her palm and gave her a dulce de leche candy. She, between amazement, horror and joy, wondered how this suspicious-looking man knew what her favorite candy was. She walked away with the candy, placed it on a table and ran to her father’s side.
— Your girl is very beautiful Carlos, you must take care of her. That’s what I came to talk to you about. Children who were beautiful yesterday are social misfits today. How many young men and women ten years ago were like her and today are a threat to the country? Was it his parents’ mistake? Were they the siren song of Peronism? Or was it the illusory and self-confident image of Ernesto Guevara? You must protect it from bad influences. Today she is beautiful, she is sweet, she is tender, she is happy, she is innocent. How long does innocence last? Who will take away his innocence? You must keep her away from the “Ernestos” that are out there–.
Carlos didn’t know what to respond, now Videla was giving him advice on how to educate his family.
In the central patio of the mansion under the arches, Carlos had his collection of men of power in table display cases with glass covers. Videla’s gaze slowly scanned Carlos’s collection, there she saw with pleasure the snuff box with Maximiliano’s weight, she gave Carlos a look of affirmation, and continued her slow tour, stopping at a half-letter plate that contained the flag of the Dominican Republic, the face of the dictator Rafael Trujillo, and the legend “In this home Trujillo is:”, below the flag it read: “National symbol: Righteousness, freedom, work and morality.” Videla looked at the plate carefully, and said to Carlos, — Can I take it? –, Carlos answered, — of course, it is his.– Videla opened the display case carefully, took the flag in her hands and added, — That is the solution Carlos, and Trujillo knew it, we have to get into the houses, to be bosses in each house, until the principles that govern us rule in each home. What do young people know about building a country? This requires righteousness, morality, work, freedom, and I would add order, a lot of order. For Carlos there was no longer any doubt, Videla was the boss in his own home and could have everything. That was the first time Carlos felt repulsed by Videla. That was the first time that Videla felt envious of Carlos.
After the visit, Videla could not forget the green eyes of Ana and Ana María her mother. Ana was nine years old in 1976, mother and daughter were equally beautiful. Carlos had everything, except the responsibility of a country, he could walk barefoot around the house and relax. On the other hand, Videla was invaded by a spirit of omnipotence, in which relaxing was impossible; he felt the great responsibility of saving Argentina from the demon of Marxism. It was when Videla thought it was important to teach a lesson to the businessman whose power was summarized in a collection of objects from dictators and kings.
The following nights Videla had insomnia, he seemed slow in the interviews, Videla suspected everyone, he began to see an army of demons everywhere, civil society was the enemy of history, he must have doubted the shopkeeper, the lady from the vegetable stand, from the student, from those who live in multi-family apartments, the doubts that assailed Videla drew him to the complexity of the terrain of the war he was facing. — It is much easier to attack an army in uniform than a group of terrorists that mix with civil society — he told Carlos on one of those first afternoons at the Casa Rosada. From the balcony I could see the Plaza de Mayo with its oval center surrounded by phoenix palms, jacarandas, ceibos and olive trees. That afternoon everything seemed calm, but Videla was not, he knew that under his nose the Marxists were organizing. After thinking for a while, he turned and said to Carlos: — I’m going to give you a very important task, this is the real fight, this is what the saviors of the homelands are made of, and I think Carlos that you want to be one of us, be part of history, do everything to safeguard the present and future of Argentina. Tomorrow I am going to introduce you to General Jacques Massu, general of the French death squad, he is a friend, a disciplined and highly intelligent man, I owe him good military advice and the coin of Maximilian of Habsburg, he gave it to me. Carlos’s face showed great surprise. Carlos hated the French, they were the enemies of the Second World War.
When Porfirio Díiaz went into exile, he left Mexico on the Ypiranga, on May 26, 1911. He left the port of Veracruz heading to Havana and later to Le Havre, France. The Ypiranga was a ship of German origin that made the move free for dictator Díaz. The years in power allowed Diaz to make friends around the world; the director of the shipping company himself offered him the services. Díaz carried a large volume of belongings, but the tiny coin in his snuff box was among his closest objects. When Díaz looked at Mexico for the last time, the coin was in one of his pockets which he lightly touched with the tips of one of his fingers and he thought to himself that Maximiliano never left Mexico, he left it after having served him for a lifetime. . What hurt Díaz the most was the ingratitude of the people, it was that they could not see the good he had done. The emperor’s currency was now the dictator’s currency. Thus the coin arrived in France. On July 2, 1915, when General Díaz died at the age of 84 in Paris, Carmelita gave the coin to the French government as a token of gratitude for the attention received and was symbolically giving back to France the emperor she had sent. , for Carmelita it was getting rid of a weight that she did not want with her. Maximilian was finally back. When Carmelita saw the remains of her General Díaz rest in the Montparnasse cemetery in Paris, she was filled with a deep desire to return to Mexico, and she did so in 1930, once the revolution had ended. For Carmelita de Romero Rubio, the Ypiranga brought back memories of exile and salvation, she thought ironically, that German ship had not only rescued her husband from the revolution, but also rescued the survivors of the Titanic on April 15, 1912. The Ypiranga, always close to tragedy, was ready to rescue, even if they were dead in life, she thought. Thus the coin had arrived with all its weight to France, and was given to Bousquet to give to Videla, and from Jorge Rafael Videla to Carlos. Ana María wrote this genealogical history of the coin to put it in the display case next to the snuff box, since there was enough space since the Trujillo plaque was gone. Ana María preferred not to analyze what she wrote, not to think about the story, but she saw the hole that the plaque had left. Who was the boss in her house? — she asked herself.
Massu, who had fought in Algeria and together with the death squad dismantled the pockets of rebellion, explained to Videla that there were two things equally important, first, defining who the enemy is, and second, the method to annihilate him. Given the complexity of the enemy in this case, Massu suggested that it be the disappearance of the insurgents. In the north, General Ramon Genaro Díaz Bessone would be in charge of the concentration camps, and the final destination of the detainees. During the first arrests the army used force, but as they understood Massu’s lessons, the force dressed in civilian clothes in many cases, and also used the police, it was important that the message of being saviors of democracy be given. to the world, the military junta would seek democracy and not imposition. The reality was different, Jorge Rafael Videla and Carlos knew it.
Videla admired Carlos’s organizational ability, he asked him to lead the operation and develop intelligence who soon contacted Bessone. It was up to Carlos to track, locate, detain and do the first interrogations. To Bessone, take them to the north, torture them and make them disappear. Army spies would infiltrate classrooms, markets, factories, and neighborhoods. There they would look for the sources of rebellion and once identified, they would go to their homes. They would try to do it without violence, however, it was not always like that, they would ask to be accompanied and disappear.
Carlos, in coordinating these operations, detained thousands of young people, some of them his neighbors in the center of Buenos Aires. The image of Ernesto “Che” Guevara that Alberto Korda took at the La Coubre funeral was present in every home. It was not the image of Videla as the boss, but that of “El Che”. Carlos understood the importance of preventing Argentina from becoming Cuba or Salvador Allende’s Chile. It was enough that Cuba existed and that the name of this Ernesto Guevara tied the two countries together forever. How many times did Carlos pass in front of the Guevara house in the Palermo neighborhood, did he think that from there on that block, on one of those balconies, the whirlwind that crossed Latin America had been unleashed, if they had known then they would have made it disappear . Carlos thought that the death of “Che” in Bolivia had given him supernatural powers, it made him the saint of the revolutionaries and socialists, the Argentine youth surrendered at his feet and tried to emulate him, and he needed to eradicate it, make a cut generational. Carlos hated the idea of having to impose the image of Videla as the head of each home, like an Argentine Trujillo, but there was no other choice, it was Videla’s or Guevara’s. Carlos’ thing was a crusade for the moral cleansing of the country from the demon of communism.
Thus, house by house, young after young, they were detained and disappeared in the sight of their mothers. Carlos had to get his hands dirty, power was no longer a matter of objects in display cases; Orders for confession and torture came from Carlos’s voice. For Carlos, Maximilian’s coin acquired greater weight, once he met Massu and saw in him the coldness, the decision, and the order, he respected and admired him. Massu was cold in appearance, tall, with a white complexion, unintelligible in his gestures, with very few words. The French in the end were not so fine, fragile, and romantic, they were colonialists who knew how to hide impiety, elitism, the power behind knowledge, art and democracy. Massu watched with pleasure as Carlos gave orders, who did not hesitate to get the truth out of the prisoners, and would finally take them to the north where there was no trail to follow them.
Those months Carlos had managed to do good business under the protection of power, his fortune had grown and he deposited it in foreign banks, he carried his Italian blood with pride and transmitted to his family the tradition of order, religion, and respect for mother. There was no Italian family in Argentina that would not be guided under a so-called matriarchy. Although Carlos had a hard character, the one who brought grace to the house and the daughter’s education was the mother, Ana María. And although the Italian community was more of a neighborhood community, and there were few who were in the circles of power, Carlos was an exception. For Carlos, family was the most important thing. Faithful to Jorge Rafael Videla, he made him a participant in the business, constantly informed him of the progress of the plan and the elimination of the insurrection groups, suggested how to calm the waters with the mothers who were protesting, the intelligence that he had organized was very effective, both that Massu congratulated him in front of Videla himself on more than one occasion.
Jacques Massu suggested to Videla that Carlos could also be a type of chancellor, his business presence and elegance made him an extraordinary negotiator and could soften Argentina’s military face. Carlos had a great ability to dialogue with people in power. Videla always viewed with resentment Augusto Pinochet who seemed to have more power and authority and was close to the English and the Americans. Carlos always knew how to mediate between the two. Exchange information about those Chilean insurgents who crossed the border, and in the same way about the young Argentines who crossed the Mapuche area. Carlos did not miss one, and the more results he gave to Videla, the more Carlos appropriated a greater number of lands, he had the permission of the military dictator. Carlos had become a key person in the power structure of the military junta and Videla.
With the intensity that the times demanded, Carlos’ family moments were sporadic, it had been a long time since he had walked barefoot in his house, he had not seen his little daughter whom he loved illuminated under the rainbow of the fountain, he missed the hours reading, he loved books, enjoyed novels, classical poetry and the Spanish golden age. Thus Carlos was a great example for his daughter Ana, he was an assiduous reader, his family was also, there is no doubt that example is the best teaching method. That weekend he would forget about all the death that surrounded him, he would leave the big house in the center of Buenos Aires, he would go out with his beautiful wife, and spend a few days in Mar de Plata, in the girl Ana’s favorite house.
On the shore of Mar de Plata, Ana told herself that if she had a daughter she would be called Alfonsina. Like her father, she did not stop reading poetry all day, she rewrote it by hand, her handwriting was perfect, artistic, she thought that The letters flew, he freed his hand and poetry came out, the words were his friends, the books his companions.
Ana was beautiful because of the poetry that ran through her soul and Ernesto liked that.
Obed Arango Hisijara
Obed es mexicano, ciudadano de la América Latina, artista visual y antropólogo. Director de CCATE y profesor de University of Pennsylvania.
Selected Works by Obed Arango:
La Moneda (I-III)
La Moneda (IV)
La Moneda (V)
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