Por Obed Arango
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Cuatro rutas, tres camiones y una moto taxi.
Metropolitano, alimentadero, ciudad hambrienta,
Hombres hambrientos, mujeres hambrientas,
Niños hambrientos,
Ciudad hambrienta, siempre rugiendo,
Centralismo que todo lo debora,
Centralismo de diez, cien, y mil cabezas,
Virreinato de Lima y Miraflores que no termina de irse,
El sistema de castas, criollos, indígenas, mulatos, mestizos,
Centralismo que segrega.
Fuerza centrífuga que todo lo transforma,
Que todo atrae, que todo lo absorbe, que todo lo mezcla,
Que escribe una historia confusa e ilegible.
En la tarde en el pituco distrito de Miraflores
El metropolitano se llena,
Filas interminables,
Silencio que se pierde en los celulares,
Son los trabajadores que cabecean en las ventanas,
Que se golpean la frente,
Que caen rendidos ante el día,
Una hora de viaje.
Al bajar en el Naranjal, pasillos interminables
Marcados por rejas y barrotes, y más de cien letreros,
— “Busco Puente Piedra”, pregunto.
— “Allá”, el joven apurado me contesta.
Dos líneas,
Una para ir parado,
Otra para ir sentado,
Un pequeño privilegio
Para quien desea esperar en la fila un poco más.
Inescapable:
Otra hora de viaje.
De pie en esa ballena amarilla, veo las colinas
Llenas de luces, son las montañas donde habita
El inmigrante quechua,
Ahí han hecho sus terrazas, de pie miro por la ventana,
Observo desde un autobús que revienta,
No hay espacio para nadie más,
Es invierno, y los pasajeros visten suéteres y chamarras,
Yo voy a manga corta con playera negra
Y cámara al hombro,
Gorro en la cabeza.
Al descender —humita, canchita, chicha morada—, canciones
Que se crean de la nada y del todo, del caos,
Todos caminan, al norte, al sur, al este y al oeste,
Hay quienes levitan en los olores y canciones,
Todos venden a todos, todos se miran a todos,
Oscura está la calle, subo el puente y veo ese camino largo
Es la Panamericana que cruza el continente,
Que se extiende y se pierde en las montañas,
Que conecta el alma que nos vacía y que nos llena,
Ha caído la noche,
Hay una moto taxi que espera ser abordada.
Estoy rendido,
— “¿Conoce el Quijote en Santa Rosa?” Él responde:
— “Sí”.
— “Para allá voy”.
— “Súbase, ¿de dónde es, caballero?”
Y sentado, exhausto, le respondo,
— “De aquí y de todas partes”.
Me mira sin decir ya más,
Y esboza una sonrisa.
English Version:
Santa Rosa-Lima
By Obed Arango
Four routes, three trucks, and a motorcycle cab,
Metropolitan, feeding a hungry city:
Hungry men, hungry women,
Hungry children.
Hungry city, always roaring,
All-devouring centralism—
Centralism of ten, a hundred, a thousand heads.
Viceroyalty of Lima and Miraflores that does not end up leaving,
The caste system: Creoles, Indians, mulattos, mestizos—
Centralism that segregates.
Centrifugal force that transforms everything,
Attracts everything, absorbs everything, mixes everything,
Writes a confusing, illegible history.
In the afternoon, in the pitiful district of Miraflores,
The metropolitan is full.
Endless lines,
Silence lost in cell phones.
Workers nod in the windows,
Slap their foreheads,
Fall surrendered to the day,
An hour’s journey.
As we get off at the Naranjal, endless corridors
Marked by bars, bars, and more than a hundred signs.
“I’m looking for Puente Piedra,” I ask.
“There,” the young man answers in a hurry.
Two lines:
One for standing,
Another for seated—
A small privilege
For those who wait a bit longer.
Inescapable:
Another hour’s ride.
Standing on that yellow whale, I see the hills
Full of lights; they are the mountains where dwells
The Quechua immigrant.
There, they have made their terraces. Standing, I look out the window,
Watch from a bursting bus,
No room for anyone else.
It’s winter, passengers in sweaters and jackets,
I’m in short sleeves, black T-shirt,
Camera on shoulder,
Hat on head.
As we descend—humita, canchita, chicha morada—, songs
Born of nothing and everything, of chaos.
All walk north, south, east, west.
Some levitate in smells and songs;
Everyone sells to everyone, everyone looks at everyone.
Dark is the street. I go up the bridge and see that long road:
The Panamericana, crossing the continent,
Extending, lost in the mountains,
Connecting the soul that empties and fills us.
Night has fallen.
A motorcycle cab waits to be boarded.
I am surrendered.
“Do you know the Quixote in Santa Rosa?”
He answers:
“Yes.”
“That’s where I’m going.”
“Get on, where are you from, gentleman?”
And sitting up, exhausted, I answer him,
“From here and everywhere.”
He looks at me, says nothing more,
And smiles.
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