Por Francis Arellano
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Desde que llegué a este mundo, el Zapoteco me rodeaba por todos lados. Siempre fue más que una lengua que se habla en mi comunidad. El Zapoteco se escucha por la música que toca mi papá con su trompeta, nuestras danzas ancestrales, en las risas de mi mamá y mis tías, y por nuestro cuerpo cuando bailamos nuestros tradicionales sones y jarabes. Mis raices Zapotecos Serranos los cargo en mi sangre, aunque he perdido mi lengua.
Soy hija de padres inmigrantes de un pueblo en la Sierra Norte de Oaxaca, México. Ese pueblo se llama Villa Hidalgo Yalálag (Yalhalj). Yalálag habita los Zapotecos indígenas. Mi papá me decía que Yalhalj significa cerro desparramado, y así es. El nombre dice que en cualquier pueblo en la Sierra encontrarás a un Yalalteco. Los Yalaltecos han migrado a la ciudad de Oaxaca, la Ciudad de México, y hasta los Estados Unidos. Mis papás y muchos Yalaltecos, migraron a Los Ángeles, California, donde yo nací y crecí con mi hermana.
Mi hermana y yo nacimos trilingües, pero ahora somos bilingües. Como nacimos en los Estados Unidos, se espera que aprendamos inglés. También nacimos en un hogar Zapoteco, donde nuestros papás hablan Zapoteco. Se esperaba que habláramos la lengua de nuestro origen. El español fue adaptado por los migrantes Yalaltecos en los 90s. En Los Ángeles todos los mexicanos hablan español, así que también se integró el español en nuestras comunidades por más de 20 años. Así estaba escrito nuestro destino que mi hermana y yo habláramos zapoteco, español, e inglés. Lamentablemente, así no fue.
A la segunda generación de los yalaltecos en los ángeles, mi generación, nos arrebataron nuestra lengua Zapoteca. Como cualquier padre, mis padres nos crecieron con su lengua. La guardería de mi hermana era la casa de nuestra tía. Ahí solamente le hablaban en zapoteco. A mi me tocó ir a una guardería para familias de bajos recursos. En este lugar, me hablaban en español e inglés. Cuando entramos a la primaria, las clases solo se conducían en inglés. La primaria fue donde los maestros y la escuela nos prohibieron hablar otra lengua que no fuera inglés. Empecé a tener las creencias de los americanos, solo me servía hablar inglés.
El español siempre lo he conservado porque es como me comunico con mis padres, tías, y tíos. Además, mi papá nos compraba las películas de Disney en español. Escuchamos música en español. Era más fácil no olvidarse del español porque nos rodeaba en todos aspectos. El zapoteco fue más difícil de conservar porque los únicos recursos que tenía eran mis padres. No había libros, películas, ni música en zapoteco donde yo pudiera practicarlo. A través del tiempo, ya no entendía las conversaciones de mi comunidad Yalalteco. Así es como me convertí en bilingüe.
Francis ArellanoHasta ahora, he lamentado la pérdida de parte de mi identidad cultural. Pero ahora, he buscado esa conexión a mi lengua a través de otros medios. Mi papá es músico, él es un trompetista. El empezó a tocar la trompeta cuando tenía nueve años. Cuando llegó a los Estados Unidos, nunca dejó esa pasión. Ahora toca tamborazo y música regional de Yalálag y Oaxaca. En la casa, escucho la música que produce con su trompeta mientras ensaya. La melodía de la música tradicional de Yalálag rodea nuestra casa. A mi mamá le encanta cocinar comida tradicional de Oaxaca. Nuestro tiempo de calidad es hacer tamales estilo oaxaquenos con hoja de plátano. Juntas preparamos la salsa, torteamos los tamales, y lo arrullamos con mucho amor. Además, mi mamá prepara caldo seco, un plato tradicional de Yalálag. Con la costilla seca que mandan mis tías, ella hace el caldo acompañado con tamales de frijol. Cuando nos sentamos a comer probamos el sabor Yalalteco y escuchamos la música Yalalteco con los CDs de mi papá. Yalálag vive dentro de mi y muchos de mi generación. Los jóvenes se están integrando a nuestras costumbres por la danza, música, traje típico, y nuestros valores comunales. Tal vez la lengua se perdió, pero nuestro orgullo y sangre Yalalteco no me lo pueden quitar.
English Version:
Roots
By Francis Arellano
Since I came into this world, Zapotec surrounded me everywhere. It was always more than a language spoken in my community. Zapotec is heard through the music my father plays with his trumpet, our ancestral dances, in the laughter of my mother and my aunts, and through our bodies when we dance our traditional sones and syrups. I carry my Zapotec Serrano roots in my blood, although I have lost my language.
I am the daughter of immigrant parents from a town in the Sierra Norte of Oaxaca, Mexico. That town is called Villa Hidalgo Yalálag (Yalhalj). Yalálag inhabits the indigenous Zapotecs. My dad told me that Yalhalj means scattered hill, and it is. The name says that in any town in the Sierra you will find a Yalalteco. The Yalaltecos have migrated to the city of Oaxaca, Mexico City, and even the United States. My parents and many Yalaltecos migrated to Los Angeles, California, where I was born and raised with my sister.
My sister and I were born trilingual, but now we are bilingual. Since we were born in the United States, we are expected to learn English. We were also born in a Zapotec home, where our parents speak Zapotec. We were expected to speak the language of our origin. Spanish was adapted by Yalalteco migrants in the 90s. In Los Angeles all Mexicans speak Spanish, so Spanish was also integrated into our communities for more than 20 years. Thus our destiny was written that my sister and I spoke Zapotec, Spanish, and English. Unfortunately, that was not the case.
From the second generation of the Yalaltecos in Los Angeles, my generation, they took our Zapotec language away from us. Like any parent, my parents raised us with their language. My sister’s daycare was our aunt’s house. There they only spoke to him in Zapotec. I had to go to a daycare for low-income families. In this place, they spoke to me in Spanish and English. When we entered primary school, classes were only conducted in English. Primary school was where the teachers and the school forbade us to speak any language other than English. I began to have the beliefs of Americans, the only thing that helped me was to speak English.
I have always kept Spanish because it is how I communicate with my parents, aunts, and uncles. Also, my dad bought us Disney movies in Spanish. We listen to music in Spanish. It was easier not to forget Spanish because it surrounded us in every aspect. Zapotec was more difficult to preserve because the only resources I had were my parents. There were no books, movies, or music in Zapotec where I could practice it. Over time, I no longer understood the conversations of my Yalalteco community. This is how I became bilingual.
Until now, I have mourned the loss of part of my cultural identity. But now, I have sought that connection to my language through other means. My dad is a musician, he is a trumpet player. He started playing the trumpet when he was nine years old. When he came to the United States, he never left that passion. Now he plays drums and regional music from Yalálag and Oaxaca. At home, I listen to the music he produces with his trumpet while he rehearses. The melody of traditional Yalálag music surrounds our house. My mom loves to cook traditional Oaxacan food. Our quality time is making Oaxacan-style tamales with banana leaves. Together we prepare the sauce, we torte the tamales, and we coo over it with a lot of love. Additionally, my mother prepares dry broth, a traditional Yalálag dish. With the dried ribs that my aunts send, she makes the broth accompanied with bean tamales. When we sat down to eat we tried the Yalalteco flavor and listened to Yalalteco music with my dad’s CDs. Yalálag lives within me and many of my generation. Young people are integrating into our customs through dance, music, traditional costume, and our communal values. Maybe the language was lost, but our Yalalteco pride and blood cannot be taken away from me.
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