Por Aura Rosalía Cruz Aburto
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Encuentros
Estábamos casi todos, obviamente hacías falta Monster –sí, también eras conocido con ese apodo que no te venía mal. Tú, entre troll y fauno, como diría una queridísima maestra: devenir humano, devenir animal.
Era muy raro, no estabas pero al mismo tiempo estabas en todos nosotros. Creo que eso era lo que siempre habías querido: trascender en otros, integrarte en nuestros pensamientos, hablar por nuestras bocas, correr por nuestras venas… por eso siempre intentabas seducirnos a todos, eras una especie de caníbal que sabía que alcanzar al otro era comérselo… pero había que recordar que el que come también es transfigurado por aquello de lo que se alimenta.
Y bueno, hablando de comer, ¡carajo!, ya teníamos hambre y, sí, de nuevo: no llegabas. Sin embargo, a mí me parecía que el aire olía muy bien. Creo que habías enviado la comida antes de llegar tú. Eso era muy raro porque normalmente a tí te gustaba convocarnos a cocinar juntos: ¡cómo olvidar que tú me enseñaste a picar la cebolla entendiendo su estructura de capas! Supuse que, debido al despido, no habías tenido mucho ánimo de vernos antes…
Para entonces, el Jose Carlos, ese de –según él– “buen gusto” (jajajajajaja), se sentó en su lugar por fin. Me tenía un poco harta –y creo que a Lucy también– porque andaba de un lado a otro sólo para hacerse notar. Ya, ahora sí comenzaríamos, de menos, a charlar para hacer tiempo para que llegaras. Lo difícil era comenzar la charla entre todos: nos conocíamos demasiado bien como para poder ser una comunidad libre de conflicto.
El que obviamente “rompió el hielo” fue “el coach” induciéndonos a tomar una copa: creo que eso sí lo compartíamos, eso sí teníamos en común. Para tí Monster, el aula no estaba ni en las escuelas ni “a la sombra de un árbol” (como diría el famoso Louis Kahn), sino en una mesa de cantina: en términos soeces éramos una bola de parranderos, como tú… comprenderás.
Comenzamos, pues, con el primer trago. Aunque mi querido Alexander prefirió un whiskey; Lucy un tequila blanco; el Jose Carlos, dándose aires de hombre de mundo, un cogñac; creo que Valerio no quiso tomar; y Adalberto y yo nos echamos un mezcal ¡claro que sí!. La noche comenzó.
La doble disciplina
Comenzamos a beber, aunque moríamos de hambre y, ¡vaya!, cómo no hacerlo si encima salivábamos con ese bendito olor… “Master, ¿qué habrás preparado?” Pensaba hacia mis adentros. Y bueno, tú no llegabas.
Valerio, para variar, estaba de malas, y comenzó a quejarse de tu ausencia: que qué descortesía, que mejor ya se iba… Yo recordaba a Valerio como aquel maestro que en un viaje de estudios aceptó que pusiera en cuestión su veneración ciega y religiosa por Luis Barragán… pero claro, debí saberlo, ya mostraba cierto snobismo desde entonces: él y su obsesión con los modales con la but of course ridícula idea de la clase.
Por su parte, José Carlos pretendía hacerse el simpático, creía, el pobre ingenuo, que te emulaba. Y bueno, es que cómo olvidar lo que te decía tu esposa: eras un clown, un hombre del acto dramático, un gran histrión cuando te disponías a hablar de arquitectura. Era cierto. Nada más comenzabas a hablar de aquella famosa casa, la Casa Schröeder, como una caja “perspéctica” que había explotado en planos liberando el espacio y hacías magia. Ahora entiendo que por eso, escucharte hablar de arquitectura siempre era más evocador que incluso estar en esos lugares aunque fueran grandiosos: tú desatabas la imaginación, el espacio de la ausencia con tu relato, un relato que excedía la presencia del concreto, del acero y la madera… También por eso entiendo que defendieras tan fervientemente las arquitecturas nunca construidas… ¡Es que ahí estaba todo! en la posibilidad de que un artefacto desatara la imaginación y evocara la memoria: la arquitectura era la experiencia estética, no el objeto reificado.
Pero bueno, volviendo a José Carlos, quiso hacerse el interesante llevando a la discusión la “impecable solución del edificio de Adalberto”. Y bueno, surtió efecto un rato, se comenzaron a desplegar sus diálogos de que si la solera, que si el ptr, que si la viga I, que si la soldadura perfecta… Y es cierto, tú también admirabas el oficio técnico pero nunca de una manera tan elemental… La técnica supone la revelación del poder de amplificación humano, posibilita desplegar lo impensado, ser como la naturaleza en actividad: siempre creadora de sí, sin pausa… por eso, nada más por eso y la verdad, porque me estaba aburriendo mucho, interrumpí:
- Bueno, bueno, qué interesante cátedra pero, a mí se me hace que el Henry está escondido. Es muy raro que no haya llegado. Ya saben, bien desmadroso pero, pues, “la doble disciplina”…
Cabe contar que “la doble disciplina” no era un método, era una práctica de vida, una forma de ser en el mundo. Que ¿en qué consistía? Sencillo: como decía uno de sus famosos “mandamientos”: “A la santidad por el exceso”. Traducción: “echa” fiesta todo lo que puedas, vive al límite, no te pierdas de ninguna experiencia.
Para dar fe de este mandamiento, había que ponerlo en práctica. Sin embargo, eso no exime del compromiso que habíamos adquirido con la arquitectura: con fiesta, con desvelo y todo, había que estar a tiempo, había que ser impecables, había que darlo todo. De cierta manera, que la fiesta, que el entusiasmo insufle de energía la actividad productora de la vida y no que la inhiba como pasa con los indisciplinados.
Fue entonces, que se desató la discusión. Todos recordamos los dichos y mandatos henryanos, todos también dijimos lo que pensábamos de ellos. Pero, al final del día, todos recordamos el cuento de iniciación… sí: el cuento de Giordano Bruno.
Tienes que entregar tu vida
Un día, en un viaje de estudios, Henry nos contó un cuento… Todo comenzaba con Giordano Bruno escondido de las persecuciones inquisitoriales de la época, sentado en una mesa, escribiendo y bebiendo agua.
A pesar de estar oculto, un joven muchacho lo encontró, llevando con él toda su herencia en un saco y una rosa en la otra mano. Tocó la puerta y esperó. Bruno abrió la puerta y el muchacho comenzó:
- Maestro, aquí te traigo todo lo que tengo, quiero aprender de tí, quiero ser tu discípulo.
Se decía que Bruno podía convertir las palabras en materia… Esa alquimia era la que el joven quería poseer. Bruno, tomó un sorbo de agua y volteó lentamente y le dijo:
- Si tú quieres aprender de mí, tienes que entregar tu vida, tus riquezas no me son útiles. Yo, con tan sólo nombrarlas, puedo hacer que se materialicen.
El joven respondió intempestivamente que él no podía hacer eso, que era aún muy joven y tenía un mundo de posibilidades abierto ante él. Bruno, no poco decepcionado, le dijo que no tenían nada que hablar y con un gesto lo despidió. El joven salió furioso, tiró la rosa al fuego y azotó la puerta. Bruno se acercó a la hoguera y dijo en voz alta: “Rosa”… inmediatamente en su mano se corporizó la rosa viva que el joven había llevado consigo y que recién había arrojado a la hoguera.
Bruno tomó asiento, colocó la rosa en el vaso de agua y continuó escribiendo.
Desencuentros
–Y bueno, hay desvelarse para hacer un buen trabajo, unos planos impecables… bla bla bla –se escuchaba el parloteo de José Carlos. Claro, una respuesta muy elemental. Digo, estaba bien pensar que los planos tenían que hacerse bien pero ¡¿en serio creía que de eso se trataba la arquitectura, la vida?! Eso era no entender un carajo de la mística monsteriana. Claro, el oficio es importante, el oficio permite entrar en la “carne” del acero, del concreto, de la tierra y el viento… pero sí y sólo sí la sensibilidad está bien despierta: incluso entrar en las entrañas de esas materialidades técnicas requiere una recepción orgánica, no se trata de aprender convenciones sino de abrirse a la sensación inexplorada. De nada sirve aprenderse al pie de la letra procedimientos y repetirlos, incluso, con el más detallado de los cuidados: eso forja dogmáticos, eso no enseña a pensar por sí misme a nadie.
Para entonces yo volteaba a ver a Alexander y tenía una cara de aburrimiento y hartazgo que no podría describir: incluso le veía envejecido momentáneamente, ¡sí, a él que era nuestro “Dorian Gray” particular! Pero vaya, como suele hacer Alexander, mejor no dijo nada. Yo personalmente creo que estaba bien, la verdad decir cualquier cosa hubiera sido darle miel a un gran burro. Lucy, por su parte, tornaba los ojos cual Virgen María pidiendo auxilio a algún ser celestial para sacarnos de ese “infiernito”. Bueno… Valerio, para variar, tenía cara de asco, jajaja. Finalmente, Adalberto, quien siempre se divertía exhibiendo a los farsantes, a los pretenciosos, a los petulantes, de plano vociferó: ¡ahorita vengo!… creo que comenzábamos a estar un poco tomados y aburridos.
La verdad, yo tenía muchas ganas de sumarme al rechazo público del José Carlos peroooo también pensaba que era dedicarle demasiada atención. Así, citando una vieja anécdota del Monster: “para aliviar la tensión” propuse organizarnos en pares para buscar a Henry: seguro estaba escondido en la oficina y nos estaba espiando cual ratas de laboratorio en observación. De otra manera, ¿por qué invitar a José Carlos sino para provocar una trifulca?
¡Equipos!
- Espérate K, no te vayas todavía. Propongo algo: ¿por qué no nos dividimos y buscamos a Henry hasta que alguien lo encuentre?– espeté.
Adalberto que podía ser muy antipático y grosero cuando estaba saturado de imbecilidad, finalmente accedió de muy mala gana, y eso, nada más porque ya me debía varias.
Para no joderme a mí misma, el primer equipo que propuse que se formara fue el de Valerio y José Carlos, pensé: que se aguanten entre ellos jajajaja, aunque acá entre nos: ¡Pobre Valerio!. Les propuse que revisaran a conciencia el espacio de la terraza, osea donde estábamos de por sí.
En el caso de Adalberto, un introvertido que todos solían tomar por pedante, prefirió marchar solo al espacio de taller. Lo dejamos en paz, todos sabemos que se cansa muy rápido de los demás.
Quedábamos Alexander, Lucy y yo: un equipo sin duda feliz que, aprovechando la oportunidad, elegimos rebuscar en el mágico cuarto “secreto” de Adalberto, un lugar donde, ¡es en serio! lo inexplicable, lo milagroso sucede.
El cuarto secreto
Hacía muchos años, cuando tan sólo éramos un par de veintiañeras y comenzamos a trabajar para Adalberto, su oficina se ubicaba en otro sitio: un céntrico barrio que se hallaba frente a un hermoso parque que había sido antes una ladrillera. Debido a ese origen, este bello reducto verde de la ciudad, era ahora un famosísimo parque hundido. La oficina de Adalberto se camuflaba muy bien entre las casas y edificios racionalistas de la colonia Nochebuena, quizá sólo era un poco más monocromático y de materiales más crudos.
Y bueno, es que Adalberto, insisto, es una fuerza natural que en su hacer artificial da continuidad a las topografías, los territorios, las geografías más dramáticas. Pero, curiosamente, a veces parece que todos queremos hacer algo que no es para lo que estamos hechos: Adalberto quería hacer algo que desapareciera, que deviniera imperceptible. Creo que ahora acepta mejor que sólo puede ser imperceptiblemente sublime, por eso le viene bien construir entre paisajes naturales de esos que te quitan el aliento.
Pues vaya, a pesar de que su oficina de entonces era un poco más silenciosa, por dentro se iba revelando cada vez más poderosa. En los primeros niveles era incluso demasiado cerrada sobre sí. Es más, debo confesarlo (porque, a diferencia de mi adorado Master, no me gusta practicar culto por ninguna estrella de rock and roll y menos por un arquitecto): la oficina no me gustaba en los primeros niveles, me sentía ciega entre tanto cristal esmerilado y muros silenciosos; ¡me oprimía! Pero, conforme subía, al llegar al lugar donde K trabajaba todo comenzaba a cambiar: su muro estaba lleno de dibujos y pinturas inauditas, de objetos extraños y no tan extraños pero que, colocados ahí, adquirían un brillo desconocido: una vieja solera residual de una obra, una roca masiva, una “piña” de un pino, … y claro, de los más conmovedores dibujos y retratos que su pequeña hija, había hecho para él. Sí, ese ser hosco, brusco y mal encarado escondía una ternura desbordante, dentro de ese edificio tan gris, tan pétreo de pronto entraba toda la luz, y el verde y el dorado aparecían invadiendo numerosos bocetos de los paraísos que él soñaba con crear en forma de jardines dejando su huella en esta Tierra. Y sí, todo esto había sido un regalo tuyo mi Maestro Monstruo…
Pero, aún no he relatado el lugar más importante de este edificio que, de nuevo me llevará al escondite en que creímos que seguro estaba Henry: el famoso e inolvidable “cuarto secreto”: al fondo de ese espacio de dibujo, de maquetas y ya, caray, digámoslo así, cuasi organismos vibrantes de madera, cartón y hasta plastilina, había una puerta insignificante. Detrás de esa puerta podría haber simplemente un estante con materiales diversos, pero no. Detrás de esa puerta pintada de un simple y llano color blanco estaba un lugar oscuro, que, al paso, se iba revelando contra una tenue luz indirecta que, en serio, yo recuerdo dorada: todo ello se filtraba por una ventana secreta que, debo decirlo, K construyó contra toda reglamentación. Pero ¿saben? ¡Qué bueno que lo hizo! Es la más magnífica rendija por la que la luz de una fuerza no humana se infiltraba y atravesaba el cuerpo de K moviendo su mano dando lugar a esos dibujos que descubrí furtivamente en unas bitácoras aquel día que, sin permiso, entré en ese recinto sagrado de creación, cuando fui descubierta.
English Version:
The Last Supper (III)
by Aura Rosalía Cruz Aburto
Encounters
Almost all of us were there, obviously you were missing, Monster – yes, you were also known by that nickname, which was not bad for you. You, between troll and faun, as a very dear teacher would say: becoming human, becoming animal. It was very strange, you were not there but at the same time you were in all of us. I think that’s what you always wanted: to transcend in others, to integrate yourself into our thoughts, to speak through our mouths, to run through our veins… that’s why you always tried to seduce us all, you were a kind of cannibal who knew that to reach the other was to eat him… but you had to remember that the one who eats is also transfigured by what he feeds on.
And well, speaking of eating, damn, we were already hungry and, yes, again: you didn’t arrive. However, it seemed to me that the air smelled really good. I think you had sent the food before you arrived. That was very strange because you usually liked to invite us to cook together: how could I forget that you taught me how to chop onions by understanding their layered structure! I guessed that, due to the layoff, you hadn’t been in the mood to see us before…
By then, Jose Carlos, the one with – according to him – “good taste” (hahahahahahahaha), finally sat down in his place. I was a little fed up with him – and I think Lucy was too – because he was walking from one side to the other just to be noticed. Now we would start, at least, to chat to make time for you to arrive. The difficult thing was to start the chat among all of us: we knew each other too well to be a conflict-free community.
The one who obviously “broke the ice” was “the coach” inducing us to have a drink: I think we did share that, we did have that in common. For you Monster, the classroom was neither in the schools nor “in the shade of a tree” (as the famous Louis Kahn would say), but at a canteen table: we were a bunch of party people, as you will understand… you will understand.
So we started with the first drink. Although my dear Alexander preferred a whiskey; Lucy a white tequila; Jose Carlos, giving himself airs of a man of the world, a cognac; I think Valerio did not want to drink; and Adalberto and I had a mezcal, of course we did! The night began.
The Double Discipline
We began to drink, even though we were starving, and how could we not, when we were salivating with that blessed smell… “Master, what did you prepare?” And well, you were not there.
Valerio, for a change, was in a bad mood, and began to complain about your absence: how rude, that he had better leave… I remembered Valerio as that teacher who on a field trip accepted that I questioned his blind and religious veneration for Luis Barragán… but of course, I should have known, he already showed a certain snobbery since then: he and his obsession with manners with the but of course ridiculous idea of the class.
For his part, José Carlos pretended to play nice, he thought, the poor naive man, that he was emulating you. And well, how could I forget what your wife used to tell you: you were a clown, a man of the dramatic act, a great histrion when you were about to talk about architecture. It was true. As soon as you started talking about that famous house, the Schröeder House, like a “perspéctica” box that had exploded in planes, freeing the space, you worked magic. Now I understand why listening to you talk about architecture was always more evocative than even being in those places, even if they were grandiose: you unleashed the imagination, the space of absence with your story, a story that exceeded the presence of concrete, steel and wood… That is also why I understand why you defended so fervently the never-built architectures… It was all there! in the possibility of an artifact unleashing the imagination and evoking memory: architecture was the aesthetic experience, not the reified object.
But well, going back to José Carlos, he wanted to make himself interesting by bringing to the discussion the “impeccable solution of Adalberto’s building.” And well, it had an effect for a while, his dialogues began to unfold: what if the sill, what if the ptr, what if the I-beam, what if the perfect welding… And it is true, you also admired the technical craft but never in such an elementary way… The technique supposes the revelation of the power of human amplification, it makes it possible to unfold the unthinkable, to be like nature in activity: always creating itself, without pause… that’s why, just for that reason and the truth, because I was getting very bored, I interrupted:
“Well, well, what an interesting lecture, but it seems to me that the Henry is hidden. It is very strange that he has not arrived. You know, he’s a real rascal, but, well, “the double discipline”…
It is worth mentioning that “the double discipline” was not a method, it was a life practice, a way of being in the world. What did it consist of? Simple: as one of his famous “commandments” said: “To holiness by excess”. Translation: “party as much as you can, live to the limit, don’t miss out on any experience.
To attest to this commandment, it had to be put into practice. However, this did not exempt us from the commitment we had made to the architecture: with a party, with a party and everything, we had to be on time, we had to be impeccable, we had to give it our all. In a certain way, that the party, that the enthusiasm breathes energy into the productive activity of life and does not inhibit it as it happens with the undisciplined.
It was then that the discussion broke out. We all remembered the Henryan sayings and injunctions, we all said what we thought of them. But, at the end of the day, we all remembered the tale of initiation… yes: the tale of Giordano Bruno.
You Have to Give Up Your Life
One day, on a field trip, Henry told us a story… It all began with Giordano Bruno hiding from the inquisitorial persecutions of the time, sitting at a table, writing and drinking water. Despite being in hiding, a young boy found him, carrying with him his entire inheritance in a sack and a rose in the other hand. He knocked on the door and waited. Bruno opened the door and the boy began:
“Master, here I bring you all I have, I want to learn from you, I want to be your disciple.”
It was said that Bruno could turn words into matter… That alchemy was what the young man wanted to possess. Bruno took a sip of water and turned slowly and said to him:
“If you want to learn from me, you have to give up your life, your riches are of no use to me. I, just by naming them, can make them materialize.”
The young man replied intemperately that he could not do that, that he was still very young and had a world of possibilities open to him. Bruno, not a little disappointed, told him that they had nothing to talk about and with a gesture dismissed him. The young man stormed out, threw the rose into the fire and slammed the door. Bruno approached the fire and said aloud, “Rose”… immediately in his hand was embodied the living rose that the young man had brought with him and had just thrown into the fire. Bruno took a seat, placed the rose in the glass of water and continued writing.
Disencounters
“-And well, you have to stay awake to do a good job, impeccable plans… blah blah blah blah,” José Carlos chattered. Sure, a very elementary answer. I mean, it was fine to think that the plans had to be done well, but did he really think that was what architecture, life, was all about! That was not understanding a damn thing about the Monsterian mystique. Of course, the craft is important, the craft allows one to enter into the ‘flesh’ of steel, concrete, earth, and wind… but yes, and only if the sensibility is wide awake: even entering into the entrails of these technical materialities requires an organic reception. It is not a matter of learning conventions but of opening oneself to the unexplored sensation. There is no point in learning procedures to the letter and repeating them, even with the most detailed care: this forges dogmatists; it does not teach anyone to think for themselves.
By then, I looked at Alexander, and he had a face of boredom and weariness that I could not describe: I even saw him aging momentarily, yes, he who was our particular ‘Dorian Gray’! But wow, as Alexander usually does, he didn’t say anything. I personally think he was fine; to say anything would have been to give honey to a big donkey. Lucy, for her part, rolled her eyes like the Virgin Mary asking for help from some celestial being to get us out of that ‘little hell.’ Well… Valerio, for a change, had a disgusted look on his face, hahaha. Finally, Adalberto, who always had fun showing off the phonies, the pretentious, the petulant, flatly shouted: “I’m coming!”… I think we were starting to get a little drunk and bored.
To tell the truth, I really wanted to join in the public rejection of José Carlos, but I also thought it was too much attention to devote to him. So, quoting an old Monster anecdote: “to relieve the tension,” I proposed to organize ourselves in pairs to look for Henry: he was probably hiding in the office and spying on us like lab rats under observation. Otherwise, why invite José Carlos if not to provoke a brawl?
Teams!
“Wait, K, don’t go yet. I propose something: why don’t we split up and look for Henry until someone finds him,” I said.
Adalberto, who could be very unfriendly and rude when he was saturated with imbecility, finally agreed very reluctantly, just because he already owed me several. In order not to screw myself, the first team I proposed to form was Valerio and José Carlos. I thought: let them put up with each other, hahahaha, although here among us: Poor Valerio! I proposed them to thoroughly check the space of the terrace, that is, where we were in itself. In the case of Adalberto, an introvert that everyone used to take for a pedant, he preferred to go alone to the workshop space. We left him alone; we all know he gets tired of others very quickly. We were left with Alexander, Lucy, and me: a happy team that, taking advantage of the opportunity, chose to rummage in Adalberto’s magical “secret” room, a place where, seriously! the inexplicable, the miraculous happens.
The Secret Room
Many years ago, when we were just a couple of twenty-somethings and we started working for Adalberto, his office was located in a different place: a central neighborhood that was in front of a beautiful park that had been a brick factory. Because of that origin, this beautiful green redoubt of the city was now a very famous sunken park. Adalberto’s office camouflaged itself very well among the rationalist houses and buildings of the Nochebuena neighborhood, perhaps it was just a bit more monochromatic and of cruder materials. And well, Adalberto, I insist, is a natural force that in his artificial work gives continuity to the topographies, the territories, the most dramatic geographies. But, curiously, sometimes it seems that we all want to do something that is not what we were made for: Adalberto wanted to do something that would disappear, that would become imperceptible. I think he now accepts better that he can only be imperceptibly sublime, so it suits him well to build among natural landscapes that take your breath away.
Well, although his office at the time was a little quieter, inside it was revealing itself to be more and more powerful. In the first levels, it was even too closed in on itself. What’s more, I must confess (because, unlike my adored Master, I don’t like to worship any rock and roll star, let alone an architect): I didn’t like the office on the first levels, I felt blind among so much frosted glass and silent walls; it oppressed me! But, as I went up, when I reached the place where K worked, everything began to change: his wall was full of unheard-of drawings and paintings, of strange and not so strange objects which, placed there, acquired an unknown brightness: an old residual sill from a construction site, a massive rock, a “pine cone” from a pine tree, … and of course, of the most touching drawings and portraits that his little daughter had made for him. Yes, that sullen, brusque, and ill-faced being hid an overflowing tenderness, inside that building so gray, so stony, suddenly all the light entered, and the green and gold appeared invading numerous sketches of the paradises that he dreamed of creating in the form of gardens leaving his mark on this Earth. And yes, all this had been a gift from you, my Monster Master….
But, I have not yet related the most important place of this building that, again, will take me to the hiding place where we thought for sure Henry was: the famous and unforgettable “secret room”: at the back of that space of drawing, of models and already, heck, let’s put it this way, quasi-vibrant organisms of wood, cardboard, and even plasticine, there was an insignificant door. Behind that door, there could have been simply a shelf with various materials, but no. Behind that painted door there was an insignificant door. Behind that door painted in a simple, plain white color was a dark place, which, as I passed by, was revealing itself against a faint indirect light that, seriously, I remember as golden: all of it filtered through a secret window that, I must say, K built against all regulations. But you know, it’s a good thing he did! It is the most magnificent slit through which the light of a non-human force infiltrated and pierced K’s body moving his hand giving rise to those drawings that I furtively discovered in some logs that day that, without permission, I entered that sacred enclosure of creation, when I was discovered.
Aura R. Cruz Aburto
Aura es filósofa mexicana, latinoamericana orgullosa, es también artista espacial, textil y visual que busca dar de cuando en cuando con “la frágil unidad poética”. Profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, Tec de Monterrey e investigadora independiente.
Selected Works by Aura R. Cruz Aburto:
La Última Cena (I)
La Última Cena (II)
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