Documental fotográfico de la comunidad mapuche de Curihue,
Verano chileno del 2003
Fotografía y texto por Obed Arango
Doña Carolina me compartió que cuando era niña le avergonzaba vestirse con la ropa tradicional de las mujeres mapuche. Los mapuche son el grupo indígena más numeroso del continente y que ha resistido a 500 años de opresión desde la conquista, desde entonces han tenido que defender su tierra que es su esencia, su ser. Mapuche significa en mpulungu: Hijos de la tierra. – Prefería andar desnuda antes que ser identificada como indígena–, recuerda Doña Carolina. El desprecio de los habitantes de la Ciudad de Santiago de Chile marcaría su vida, y su lucha. Ella recuerda que fue en la adolescencia cuando inició la batalla para defender su derecho a existir, primero con su identidad propia, y después como mujer adulta para recuperar sus raíces en medio de una terrible dictadura que les despojaba de todo.
Ante la pérdida de las tierras los padres de la pequeña Carolina tuvieron que emigrar a la ciudad y dejar las montañas de Curihue que se encuentran al sur de Chile muy cerca de Temuco la tierra de Pablo Neruda, y con la trágica y hermosa vista del volcán de Villa Rica. En Santiago los mapuches han sido orillados a vivir en la pobreza, a vivir la discriminación, la verguenza, el desprecio, y la estigmatización. Sin saberlo, Carolina, vivió el mismo desprecio que millones de indígenas sufren en los países de la patria grande: la América Latina. La lucha de ella es la lucha que no cesa en todo el continente, vivieron el arrebato de sus tierra y de su historia, y como si eso fuera poco, también quisieron despojarles de sus identidades.
Cincuenta y cinco años después Carolina me comparte de su niñez y adolescencia, y de cómo evitaba su propia identidad por temor a la violencia y al desprecio que los indígenas sufren. Piensa, habla pausadamente con un tono suave, amable y bajito, y me comenta que nunca le han hecho un retrato, y señala la camara que cuelga de mi hombro, dice que me ha visto convivir con la comunidad y tomar fotos en los caminos y de los patios. Le pregunto si desea que le haga un retrato. Pausa, dirige su mirada en otra dirección, evade responder y continúa.
“Durante los años de Pinochet muchos estudiantes de la ciudad escaparon y aquí los recibimos en las montañas de Curihue”, la escucho atento, y la invade un silencio. Y añade, “Pero sin importar el peligro aquí escondimos a los estudiantes, algunos querían llegar a Argentina o algún lugar para escapar de la dictadura, pero el ejército los buscaba por toda la región”. Lord, uno de los hombres mapuche de la comunidad, añade al relato de ella. “Así es Obed, si los estudiantes eran encontrados el ejército se llevaba, no solo al estudiante, sino a toda la familia y los arrojaban vivos a la boca del Volcán de Villa Rica”. Carolina, se queda callada y murmura “Fue horrible, fue horrible”. Me quedo en silencio, también estoy horrorizado por lo que escucho, me están compartiendo desde el dolor de su memoria, desde el trauma que debió causar, y mi corazón se siente atravesado al escuchar la impiedad del régimen del dictador, no puedo imaginar lo que ellos sienten, lo que vivieron, los gritos que escucharon, el temor, la opresión que vivieron las familias y los jóvenes de aquella generación. ¿Cómo se puede reconciliar un país que vivió tanta opresión, y tanta crueldad?
A más de diez años de la caída de la dictadura, — de manera nominal, pues es la constitución de Pinochet la que rige al país— lo que ocurre en ese taller de arte mapuche es más que la realización de tejidos tradicionales, es un espacio donde pueden existir como individuos y como comunidad, es un contra espacio de resistencia. Doña Carolina enseña a las más jóvenes cómo tratar la lana, lavarla, matizarla de color vegetal, secarla y después convertirrla en bellas piezas del arte textil que cargarán la memoria milenaria. Carolina, es una de las matriarcas Mapuche que pasa los valores, la esencia misma, los usos y la sabiduría a la siguiente generación. Contrario a los talleres de arte comerciales de la cultura occidental, este taller es distinto, en mis reflexiones etnográficas anoté:
“Este es espacio en el que veo a una comunidad luchar por su derecho a ser, y estos espacios que crean les permite navegar en lo que llamaré la no-existencia. El sistema les ha orillado desde la colonia a ‘no-existir’ para el sistema, sus derechos no son respetados, son habitantes de su tierra, pero a la vez el país solo los ve como un pasado. Su identidad esta integrada a su territorialidad, porque surgen de la tierra, pero han sufrido el despojo de la misma. Por tanto, los mapuches luchan por crear espacios libres para sí mismos, son espacios de resistencia, son espacios de rebeldía en la que caminan como comunidad, y en la que afirman su identidad y permanencia, son hijos de la tierra e hijos del sol luminoso, hijos de los andes”. Estas notas y lecciones aprendidas, años después marcarían mis estudios de la Villa Inmigrante, y asimismo la creación de CCATE. ¿Cuánto le debe CCATE a las lecciones que los pueblos originarios de América Latina me dieron y nos han dado? Mucho.
Aprendí del pueblo mapuche su organización comunal, crear arte como medio de resistencia, también para subsistir a partir de valorar su raíz e identidad, pero con una diferencia, en las décadas del dictador se afirmaron a pesar de la tenaz persecución que sufrieron. No deseo llamarle resiliencia, porque me parece un término que termina por desconocer las condiciones de opresión, prefiero llamarle: rebeldía y resistencia creativa, pues estos términos apuntan a la injusticia que se genera en los sistemas sociales y de poder.
Doña Carolina es callada, no dice mucho, su mirada es seria pero amable. Junto con ella está su hija y su nieta, a quienes retraté el día anterior. Después de un rato de silencio en el que se escuchan los telares, me levanto, camino el espacio, tomó algunas otras fotos de las mujeres que participan en ese taller, sobre todo de sus manos, con el permiso de ellas mismas. Doña Carolina me pregunta si me gustaría ir al cementerio donde están enterrados los loncos, una tierra sagrada donde los líderes mapuche han sido enterrados por mil años. Mira a su yerno y le dice: “¿por qué no llevas a Obed allá arriba?”. -Y añade-, casi a nadie les mostramos esos lugares, de hecho no recuerdo a nadie que le hayamos llevado allá. Y me comenta, “a tú regreso platicamos”.
Después de una horas de camino arriba de la montaña llegamos, la visita al cementerio de los Loncos fue histórica, pude ver la división del cementerio cristiano maouche, del cementerio mapuche tradicional, y al fondo el volcán de Villa Rica. Al siguiente día antes de partir, vi a Doña Carolina una vez más en el taller de tejido, me sonrió y me preguntó que cómo me fue, qué si aprendí algo nuevo. Le contesté que tome muchas imágenes, pero que aún estoy procesando en mi mente todo lo que estoy aprendiendo de la cultura mapuche y todo lo vivido.
Le comento que efectivamente los mapuche son hijos de la tierra, como su nombre lo indica. Le comento que me he quedado sin palabras, que necesito tiempo para meditar, para entender, para apreciar, para aprender de ellos. Se me queda mirando con una sonrisa y me pregunta:
“Obed, ¿me tomas un retrato?” me sorprende. Tenía conmigo la cámara Nikon FE cargada con blanco y negro y la Nikon FM cargada con color. Le respondo que sí, inmediatamente decido hacer su retrato en blanco y negro, abro la ventana para que entre la luz natural que alumbre parte de su rostro. No la quiero mover del lugar donde se encontraba sentada, se que tengo solo unos segundos y no deseo perder ese momento. Y le digo, “por favor míreme y déme una sonrisa”. Hice la lectura de luz rápidamente, y en cuestión de segundos hice dos tomas, una vertical y una horizontal, como los cánones mandan, alcanzó a tomar una imagen a color. Y al hacer el último “clic” y antes de que pueda hacerle un retrato cercano a color, Doña Carolina estira su mano y pide mi brazo, se lo ofrezco, se paró lentamente con una sonrisa en el rostro, y me dice: “Ha sido un honor conocerte Obed, no olvides enviarme la foto cuando la tengas” me sonrie nuevamente, damos unos pasos hacia la puerta y le pide a su nieta que continue dandole el brazo, entrego la abuela a la nieta. Con esa amabilidad que le caracteriza toma a su nieta con amor, me da una última mirada y se despide de mí con un gesto.
Al siguiente mes, en cuanto revele la imagen en el legendario “cuarto revolución” que puse con mi amigo sandinista Michael Heneise, ya de regreso en Filadelfia, la imagen de Carolina me mostró la palabra: “Dignidad”. Carolina es el fiel rostro de la dignidad de los pueblos originarios de América Latina.
Meses después, con un amigo que viajaba a la misma zona, le envié una ampliación de su fotografía en 8×12, con una dedicatoria: “Para Carolina, la amiga y la mujer que me enseñó el rostro digno del pueblo mapuche. ¡Viva Allende! De su amigo. Obed Arango” La foto llegó a sus manos, mi amigo me comentó cuán feliz le hizo tenerla. Una década después Doña Carolina falleció y fue enterrada en las montañas que la vieron nacer, salir, resistir, regresar, y volver a ser una con su madre: La madre tierra.
Obed Arango
Obed es mexicano, revolucionario, ciudadano de América Latina, artista visual y antropólogo. Director de CCATE y profesor de la Universidad de Pennsylvania.
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