Por Rosalba Esquivel Cote
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IV. CAPÍTULO CUATRO. Ansiedad. Zurcidos de cambio.
El tiempo continúa implacable. Por fortuna, a Rodri ya no se le oye toser. Mary se fue a dormir con él, acomodó la almohada con mucho cuidado y se recostó suavemente para no despertarlo. Quería atenderlo por si fuera necesario y no distraer a su mamá.
Las luces de los faros que alumbraban la calle se hacían más intensas sobre las cortinas de la ventana. Las luces de los autos ya no competían con ellas. Poco a poco el vecindario se quedaba en calma y en silencio, uno que otro ladrido de los perros a lo lejos se hacían escuchar. De vez en cuando un tráiler de carga pasaba por la avenida haciendo vibrar toda la colonia.
Kate se levantó por un momento para preparase un café, y para darle unas galletas Marías y un vaso de leche tibia a Rose, quien ya sentía el frío de la madrugada. La mamá se puso un suéter y le dio otro a la niña.
Después de cuatro canciones más, los vestidos por fin estaban armados, ahora sólo hacía falta acabar de pegar los botones. En ese momento, Kate quitó la aguja y el hilo de las manitas de su hija y la mandó a dormir. Rose levantó la cara para mirar a su madre y le dijo “no”. La niña quería seguir ayudando, pero sus manos pequeñas suaves y frágiles se encontraban ya picoteadas por los pequeños accidentes que llegaba a darse con la aguja.
Su madre la tomó de las manos y le dijo, “por hoy ya me ayudaste mucho, fuiste muy valiente y una gran compañera. Ahora descansa porque mañana te necesitaré muy temprano. Yo ya no tardaré”.
Finalmente, Rose se fue a dormir, pero no en su cama, sino al lado de sus hermanos, con Mary y con Rodri. Tenía frío, y ellos estaban muy calientitos entre las cobijas de algodón, adornadas con cuadritos y grecas de colores con flequillos deshilados, que habían comprado hace algunos años en Chiconcuac, un municipio al noreste del Estado de México a unos cuantos kilómetros de la Ciudad de México. A la abuela de Rose le encantaban estas cobijas porque estaban hechas con la misma técnica desde la época prehispánica, y que hoy es un patrimonio económico y cultural.
La niña se quedó por un momento observando a sus hermanos, durmiendo casi abrazados, se veían tan bonitos, pensó ella, un sentimiento de satisfacción la invadió porque sintió que ella, como hermana mayor había cumplido y había hecho algo por ellos. En ausencia de su padre, ella acompañó a su madre, y la ayudó a reparar la máquina de coser, ese artefacto que, por un lado, representaba una fuente de ingresos para la familia, pero por el otro, era el motivo por el cual veía que su madre se desgastaba cada día. “Quiero estudiar para ser alguien importante, trabajar y ganar dinero para dárselo a mi mamá”, dijo Rose. “Quiero que a mis padres y a mis hermanos nunca les falte nada”. Y con ese pensamiento noble y esperanzador, la niña, levantó las cobijas que se encontraban por debajo de los pies de Rodri y se acurrucó junto a él.
El sonido de la máquina de coser había cesado, ahora, sólo la música del radio se hacía escuchar levemente desde la cocina. Rose quiso mirar por última vez a su mamá y estar segura de que ella estaría pronto a terminar, pero el sueño la venció y pronto cayó en un sueño muy profundo.
El tic tac de las manecillas del reloj que seguían avanzando se hacía más evidente en ese espacio donde el día se había alargado tanto. La luna brillaba en el cielo desde hace ya un buen rato, había hecho un relevo con el sol para que con su esplendor no dejara de alumbrar y “evitar” que el día terminara.
Ya en silencio, Kate se quedó sola en aquella habitación de batalla. En el piso había una pila de decenas de vestiditos blancos; a un lado, aquella caja oxidada con la herramienta que les ayudó a reparar la máquina; cerca de la silla de Kate, el cuaderno abierto con los apuntes a lápiz de Rose; un poco más allá, el foco con la extensión de luz que la niña sujetó sin chistar durante la “operación”; hacía el otro lado, el banquito donde su hija trabajó sin parar; todo ello cubierto con hebras de hilo blanco. Y al frente, la máquina de coser se mostraba imponente, retadora, su salvador y su verdugo, pero sin duda como un maestro autoritario que enseña a no perder, a imponerse con carácter ante la adversidad, enseñando a no rendirse sin pelear.
Zurcido tras zurcido, botón tras botón, las manecillas giraban marcando el inevitable avance del tiempo.
Kate se quedó sola, con ella misma, y con la responsabilidad de terminar a tiempo con su misión. Con gran esfuerzo, se concentró en pegar cada botón perfectamente porque era posible que el cansancio la hiciera cometer errores, y no quería repetir el zurcido. Fue en ese momento que se acordó de su esposo. “Pobre, seguramente sigue trabajando y sintiendo tanto sueño y cansancio como yo. ¿Qué habrá pasado en la fábrica? ¿Qué extraño es que se quedara tan tarde a trabajar?”, se quedó un rato pensativa, sintiendo ya el frío en sus pantorrillas. Se levantó por unas medias, entró a la recámara donde los niños estaban durmiendo, se les quedó mirando un rato, sus caritas con las mejillas rosadas, sus cabellos despeinados, acurrucados como los perritos acabados de nacer. Cuanto los amaba.
Rodri, rodeado de sus dos hermanas, esbozaba una leve sonrisa sujetando su dinosaurio de peluche; tal vez esté soñando con la celebración de su cumpleaños, se dijo Kate. Él es el más simpático y travieso de sus hijos, pero también el más besucón y el que siempre pedía un abrazo.
Luego miró a Mary, la más rebelde, a la que era difícil imponerle opiniones, siempre a la defensa de sus hermanos; ahí dormida le pareció la niña más hermosa del mundo, casi igualita a una de las muñecas que vestía; con esas gruesas trenzas negras que se hacía antes de dormir, marcaba bien su cara redonda y sus grandes ojos adornados con esas pestañas larguísimas. Aunque no le gustaba estudiar, siempre estaba dispuesta a ayudar en los quehaceres de la casa.
Y Rose, callada y observadora, nunca le ha dado motivo para un regaño, pensativa y concentrada en sus cuadernos, Kate se preguntaba, qué tanto pudiera pasar por la mente de esa cabecita, sabía que, a pesar de ser una niña, su hija, la de cabellos “pelos de elote” tenía su propio modo de ver la vida.
Kate arropó con esmero a sus hijos, pasó su mano por la frente de cada uno. Se dispuso a ponerse unas medias gruesas cafés en sus piernas, y continuar con su tarea.
Al regresar a aquel campo de guerra, miró el reloj, miró los vestidos que aún les faltaban los botones, hizo un cálculo rápido y supo que era muy probable que terminara a tiempo, así que, suspiró y con ánimo renovado, se apresuró a terminar por fin. Planeó el modo de doblar los vestidos y acomodarlos sobre una sábana blanca desgastada para transportarlos sin que se arrugaran, y luego se preguntó “¿y cómo los llevaré? ¿y si Jorge no regresa a tiempo?”.
Sus ojos se abrieron mirando a lo lejos porque se dio cuenta que si su esposo no estaba para llevarla con los vestidos tendría que conseguir un taxi seguro y pagarlo, pero… ella con tres niños y su carga, seguramente le querrán cobrar “las perlas de la Virgen”, seguramente los vestiditos se arrugarían, seguramente no llegaría a tiempo o seguramente terminaría pagando más de lo que ella cobraría por su trabajo. Todo esto pasaba por la cabeza de Kate, lo que la hizo sentir una gran ansiedad de momento. También le preocupaba lo que estaría pasando su esposo.
El estrés fue tal que, sintió latidos más fuertes, sudoración pese al frío, lágrimas se asomaron en sus ojos, sintió mucho miedo; y sin más, se levantó, se dirigió a la puerta y la abrió frente al patio para sentir el aire fresco de la madrugada en la cara. Levantó su mirada al cielo y respiró profundo, cubrió su desesperación con sus manos, unas manos que hablaban del esfuerzo y del trabajo de una mujer que la hacían parecer más vieja de lo que realmente era. Cerró los ojos y por un momento quiso gritar su desventura, ¿por qué le pasaban esas cosas a ella?, se decía a sí misma. “Desde niña he tenido que luchar todos los días para sobrevivir, he sufrido hambre, frío y siempre carecí de la protección y cariño de mis padres, de una caricia de mi madre, con tantos hijos ella no tuvo el tiempo de atender a nadie, siempre trabajando, siempre ocupada, y yo sintiéndome tan sola en esa casa llena de gente. Confieso que en cuanto tuve la oportunidad, salí de ahí, Yorch fue la excusa perfecta, y sé que él venía de una situación similar. Reconozco que no estaba totalmente enamorada, pero ha sido un buen esposo y padre para mis hijos”.
Pero, en cuanto la imagen de sus hijos se cruzó por su mente, sintió un golpe de alivio. Recordó lo feliz que los veía jugar con tan sólo unas tablitas de madera, unas muñequitas, algunos carritos, gises, y lápices de colores sin pedir nada más que el amor de sus padres y una sopita de fideo. Aquella horrible sensación se fue disipando, ese feo sentimiento se fue convirtiendo en esperanza, en ilusión. Pensó, “yo soy mejor que mis padres, yo soy más fuerte y luchona, he sido capaz de tener una familia feliz pese a las carencias, yo soy capaz de darles más, más amor y atención, yo soy mucha mujer, mucha madre y soy muy chingona”. Su gesto se transformó, y algo extraordinario pasó.
English Version:
IV. CHAPTER FOUR. Anxiety. Change darns.
Time continues relentlessly. Fortunately, Rodri can no longer be heard coughing. Mary went to sleep with him, arranged the pillow very carefully and lay down gently so as not to wake him. He wanted to take care of him in case it was necessary and not distract his mother.
The headlights that illuminated the street became more intense on the window curtains. The lights of the cars no longer competed with them. Little by little the neighborhood became calm and silent, the occasional barking of the dogs in the distance could be heard. From time to time a cargo trailer would pass by the avenue making the entire neighborhood vibrate.
Kate got up for a moment to make coffee, and to give some Marias cookies and a glass of warm milk to Rose, who was already feeling the cold of the early morning. The mother put on a sweater and gave another to the girl.
After four more songs, the dresses were finally assembled, now they just needed to finish gluing the buttons. At that moment, Kate removed the needle and thread from her daughter’s little hands and sent her to sleep. Rose raised her face to look at her mother and said “no.” The girl wanted to continue helping, but her small, soft and fragile hands were already pecked by the small accidents that occurred with the needle.
Her mother took her by the hands and told her, “for today you have already helped me a lot, you were very brave and a great companion. Now rest because tomorrow I will need you very early. “I won’t be long.”
Finally, Rose went to sleep, but not in her bed, but next to her brothers, with Mary and with Rodri. It was cold, and they were very warm between the cotton blankets, decorated with colorful squares and frets with frayed fringes, that they had bought a few years ago in Chiconcuac, a municipality in the northeast of the State of Mexico, a few kilometers from the City of Mexico. Rose’s grandmother loved these blankets because they were made with the same technique since pre-Hispanic times, and today it is an economic and cultural heritage.
The girl stayed for a moment watching her brothers, sleeping almost in each other’s arms, they looked so pretty, she thought, a feeling of satisfaction invaded her because she felt that she, as an older sister, had fulfilled and done something for them. In her father’s absence, she accompanied her mother and helped her repair the sewing machine, that device that, on the one hand, represented a source of income for the family, but on the other, was the reason why he saw that his mother was wasting away every day. “I want to study to be someone important, work and earn money to give to my mother,” Rose said. “I want my parents and siblings to never lack for anything.” And with that noble and hopeful thought, the girl lifted the blankets that were under Rodri’s feet and snuggled up next to him.
The sound of the sewing machine had stopped, now, only the music from the radio could be heard faintly from the kitchen. Rose wanted to look at her mother one last time and be sure that she would soon be finished, but sleep overcame her and she soon fell into a very deep sleep.
The ticking of the clock hands that continued to advance became more evident in that space where the day had lengthened so much. The moon had been shining in the sky for quite some time, it had taken over from the sun so that with its splendor it would not stop shining and “prevent” the day from ending.
Already silent, Kate was left alone in that battle room. On the floor there was a pile of dozens of little white dresses; On one side, that rusty box with the tool that helped them repair the machine; near Kate’s chair, the open notebook with Rose’s pencil notes; a little further, the spotlight with the extension of light that the girl held without saying a word during the “operation”; Towards the other side, the bench where his daughter worked non-stop; all covered with strands of white thread. And in front, the sewing machine appeared imposing, challenging, its savior and its executioner, but without a doubt like an authoritarian teacher who teaches not to lose, to prevail with character in the face of adversity, teaching not to give up without a fight.
Darning after darning, button after button, the hands turned marking the inevitable advance of time.
Kate was left alone, with herself, and with the responsibility of finishing her mission on time. With great effort, she concentrated on gluing each button perfectly because it was possible that fatigue would make her make mistakes, and she did not want to repeat the darning. It was at that moment that she remembered her husband. “Poor thing, he’s probably still working and feeling as sleepy and tired as I am. What happened at the factory? How strange is it that he stayed so late to work?” She remained thoughtful for a while, already feeling the cold on her calves. She got up to get some socks, went into the bedroom where the children were sleeping, looked at them for a while, their little faces with rosy cheeks, their hair disheveled, curled up like newly born puppies. How much I loved them.
Rodri, surrounded by his two sisters, smiled lightly while holding his stuffed dinosaur; Maybe she’s dreaming about her birthday celebration, Kate told herself. He is the nicest and most mischievous of his children, but also the biggest kisser and the one who always asked for a hug.
Then he looked at Mary, the most rebellious, on whom it was difficult to impose opinions, always defending her brothers; Sleeping there she seemed to him to be the most beautiful girl in the world, almost like one of the dolls she was wearing; With those thick black braids that she did before going to sleep, she clearly marked her round face and her big eyes adorned with those very long eyelashes. Although she did not like to study, she was always willing to help with the housework.
And Rose, quiet and observant, has never given her a reason to scold her, thoughtful and focused on her notebooks, Kate wondered, how much could go through that little head’s mind, she knew that, despite being a girl, her daughter , the one with “corn hair” hair had her own way of seeing life.
Kate carefully tucked her children in, ran her hand over each one’s forehead. She prepared to put some thick brown stockings on her legs, and continue with her task.
Upon returning to that war field, she looked at the clock, looked at the dresses that were still missing the buttons, did a quick calculation and knew that it was very likely that she would finish on time, so, sighing and with renewed spirit, she hurried to finish. at last. She planned how to fold the dresses and arrange them on a worn white sheet so that they could be transported without wrinkles, and then she asked herself, “How will I carry them?” What if Jorge doesn’t come back on time?”
Her eyes widened looking into the distance because she realized that if her husband was not there to take her with the dresses, she would have to get a safe taxi and pay for it, but… she with three children and her load, they would surely want to charge her for “the pearls of the Virgin”, surely the little dresses would wrinkle, surely she would not arrive on time or surely she would end up paying more than she would charge for her work. All of this was going through Kate’s head, which made her feel very anxious at the moment. She was also worried about what her husband was going through.
The stress was such that he felt a stronger heartbeat, sweating despite the cold, tears appeared in his eyes, he felt very afraid; And without further ado, he got up, went to the door and opened it facing the patio to feel the fresh early morning air on his face. She raised her gaze to the sky and took a deep breath, covering her despair with her hands, hands that spoke of the effort and work of a woman that made her look older than she really was. She closed her eyes and for a moment she wanted to scream her misfortune, why did these things happen to her? she told herself. “Since I was a child I have had to fight every day to survive, I have suffered hunger, cold and I always lacked the protection and affection of my parents, a caress from my mother, with so many children she did not have the time to care for anyone, always working, always busy, and me feeling so alone in that house full of people. I confess that as soon as I had the opportunity, I got out of there, Yorch was the perfect excuse, and I know that he came from a similar situation. “I admit that I was not totally in love, but he has been a good husband and father to my children.”
But as soon as the image of his children crossed his mind, he felt a rush of relief. He remembered how happy he saw them playing with just some wooden boards, some dolls, some cars, chalk, and colored pencils without asking for anything more than the love of their parents and a noodle soup. That horrible feeling was dissipating, that ugly feeling was turning into hope, into illusion. She thought, “I am better than my parents, I am stronger and more feisty, I have been able to have a happy family despite the shortcomings, I am capable of giving them more, more love and attention, I am very much a woman, very much a mother and “I’m very cool.” His gesture transformed, and something extraordinary happened.
Rosalba Esquivel Cote
She is a woman, Mexican, microbiologist, teacher, apprentice, and artist. “Let your cries be read!”
Selected Works by Aura R. Cruz Aburto:
La máquina de coser de mamá (III)
La máquina de coser de mamá (II)
La Máquina De Coser De Mamá (I)
Mi Amiga y La Medusa
Otoño
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